Ese “me da igual” que hoy he escuchado en un bar mientras alguien comentaba un hecho político me ha desarmado. Estoy convencido que la vitalidad de la democracia  descansa sobre la tensión entre convicción y tolerancia, no sobre las aguas calmas de la indiferencia.

Me pregunto si se está convirtiendo la indiferencia en la enfermedad de nuestros días. No es una cuestión solamente relacionada con el ámbito religioso. Es una especie de falta de fe en todo aquello que suponga un compromiso con valores, con los demás, con la sociedad. Tengo claro, por ejemplo, que en el ámbito religioso el ateísmo no es indiferencia.  La  no creencia en  deidades u otros seres sobrenaturales es una elección, una decisión no indiferente. Hablo de esa indiferencia difusa que es  insensibilidad, anestesia afectiva, frio emocional, aspereza psíquica de casi todo aquello que no es uno mismo. Una actitud que impide la identificación con valores, con ideales y que termina aislando, aunque externamente se presuma de sociable.

Ese sentimiento o postura a la que me refiero, relacionada con la apatía y caracterizada por no ser ni visión positiva ni negativa, ha alcanzado no solo el ámbito espiritual o ético, también alcanza el orden de la política y otros ámbitos de la vida del ser humano. Cuando esta mañana escuchaba ese “me da igual”, me venía a la mente unas palabras de Jorge Edwards: “Hay en España una escasa curiosidad intelectual, mucha indiferencia. Lo conocido se acepta y explora, pero se ignora lo otro” Son muchos los seres humanos que han luchado con todas sus fuerzas por ideales y principios y que han manifestado con sus actos el odio por la indiferencia. Gramsci llegó a decir que la indiferencia es abulia, parasitismo y cobardía, no es vida.

por @mbellido

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