A todos, o a casi todos, nos ha gustado de niños capturar mariposas. Mi madre me preparó una bolsita de seda cosida a un círculo de alambre al que iba atado un palito de madera. Pocas apresé porque no tenía la paciencia de esperar a que se posaran sobre una flor y más corría detrás de ellas cuando estaban en vuelo, más las asustaba. Mis crueles e ingenuos intentos de cazar mariposas se asemejan a esas situaciones en la que a veces nos encontramos, tratando de recuperar un sentimiento del pasado. Por muy estables y equilibrados que seamos, a la hora de rescatar afectos antiguos todo intento es casi siempre vano. Obsesiones románticas de juventud, relaciones familiares, amistades perdidas en el tiempo, se nos escapan como trozos de madera a la deriva en la corriente de un río. El río de la vida viaja rápidamente y se lleva por delante memorias, presencias y trozos de corazones rotos que nunca volveremos a recuperar. Nuestro corazón tiene razones para recuperar lo que perdió, pero también tiene sus reglas secretas que nos condicionan cuando nos empeñamos en dirigirlo. Después de una ruptura es mejor hacer frente a esa experiencia de dolor inmediatamente, sin la intención de juzgarse o juzgar al otro y sin querer analizar demasiado en qué consistió el fracaso y hacer de esa experiencia una razón de crecimiento, sin reprimirla o inhibirla. Mirar adelante. El río de la vida es también una corriente natural que fluye en continuidad con un caudal más o menos intenso que nunca está quieto. El de nuestra vida será inmenso como el Amazonas o pequeño como los riachuelos y arroyos de montaña, sin embargo, siempre tendrá la suficiente energía como para mantener un curso recto, aunque en su cauce encuentre obstáculos.
A veces, procedentes del pasado, se asoman en nuestras vidas recuerdos de sentimientos perdidos, amores extraviados, amistades truncadas, rostros que nos acompañaron. Son como mariposas de bellísimos colores, revoletean y nos atraen, nos tientan para que salgamos a su encuentro y las capturemos. Lo más probable es que no lo consigamos. Si por casualidad tenemos la suerte de hacerlo, al tenerlas entre las manos no sabremos qué hacer con ellas. Es mejor contemplarlas cuando aparecen con sus coloridos y aleteos y gozar de ellas en ese momento que exhibirlas muertas como se exhibe un trofeos de guerra.

por @mbellido

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