Todos los días se desperdician grandes cantidades de alimentos que podrían haber sido consumidos o a los que se les podría haber dado otro uso. Esto es un escándalo y una falta de respeto hacia aquellas personas que se mueren de hambre en el mundo. Se calcula que, en Europa, se malgastan 89 millones de toneladas de alimentos cada año. España también lo hace. Mucha gente tiene la costumbre de comprar más de lo necesario, llenando alacenas, armarios de cocinas y frigoríficos como si estuviéramos en guerra o en vísperas de una catástrofe. Mucha gente también tiene la costumbre de cocinar más de lo que consume, produciendo, un gran exceso de sobras. La media de lo que se desperdicia por familia es de 50 kilos al año y con esos alimentos se tiran millones de euros a la basura. Por no hablar de la fruta que se queda en los campos sin recoger o la que se destruye porque los precios son muy bajos.
Esto también significa que cantidades enormes de los recursos destinados a la producción de alimentos se utilizan en vano, y que las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por la producción de alimentos que se pierden o desperdician también son emisiones en vano. Una situación escandalosa a la que obligatoriamente hay que poner freno.
Alrededor de 805 millones de personas en el mundo no tienen suficientes alimentos para llevar una vida normal, y lo peor de todo es que casi la mitad de las muertes en niños menores de cinco años, se producen por desnutrición. Cuando concluimos, después de analizar la realidad, que no es la falta de comida lo que falta en el mundo sino una distribución justa, constatamos que hay demasiada gente preocupada con su propia vida para dedicar a los demás el menor pensamiento, una actitud que caracteriza el triste signo de la «globalización de la indiferencia«. La peor plaga que sufre hoy la humanidad.