Escribir, compartir…

No es fácil conseguir pensar con libertad y también escribir en libertad. A veces se piensa con libertad y se escribe atado a una corriente política, filosófica o social predominante por miedo al qué dirán. También es difícil escribir desprendido de exigencias académicas, de citas, de textos de autores a la moda o referencias gubernamentales. Sin embargo, cuando notamos que nuestro pensamiento se libera de toda propiedad ajena, el texto fluye sin preavisos, puro, directamente de la conciencia.
Las palabras surgen a veces cargadas, otras despojadas de significados, otras en busca de sentido, pero siempre intactas y sin retoque, tal cual habitan en nosotros.
Escribir es el mejor examen de conciencia. Cuando las palabras se teclean y aparecen mágicas en la pantalla del ordenador derriban dogmas, desmoronan la falsa ilusión de creerse en posesión de la verdad. Escribir es aferrarse a la conciencia para salir a la intemperie. Navegar en la palabra para llevar lo nuestro a otros, lo de otro a otros, introducir lo ajeno en otras casas sin allanamiento de morada, es plantar lo salvaje en lo doméstico y lo íntimo en la calle. Escribir es mostrar la interioridad cóncava de nuestro ser, es buscar el encuentro y la reciprocidad con quien se ama. En la palabra anida la rabia, la razón, el espíritu, el amor y el desamor. En las palabras se encierran nuestras heridas y nuestras glorias, nuestras reivindicaciones y nuestras frustraciones. Escribir es un sutil paréntesis en la febril actividad de nuestro corazón. Escribir es plasmar la fotografía redimida de nuestros sentimientos más profundos. Escribir es sintetizar magistralmente nuestra mirada. Escribir es ensartar la aguja para bordar el recuerdo. Escribir es la audacia de tensar el futuro. Escribir es el duelo constante entre sustancia y envoltorio. Escribir para mí es siempre tender un puente a la esperanza, buscar algo que nos una, crear una isla de buenas vibraciones donde podamos compartir la vida, tú que me lees y yo que te escribo.