Todos los días son un viaje. A veces es una experiencia inenarrable porque la intensidad de las vivencias es apabullante. Cada día tenemos la fortuna de asomarnos a un paisaje nuevo, hermoso o grotesco, de acumular en los espacios voces disparejas, de olfatear nuevos olores y aromas, de gustar sabores desconocidos, de sentir sobre nuestra piel otras miradas, de traficar con todo ese amor u odio, sabiduría o ignorancia que un ser humano puede recibir y transmitir a otro. Todos los días son un viaje y en el camino recibimos señales que podemos entender o no. Las calles repletas de reclamos nos hacen señas a las que no siempre queremos responder. Algunas sendas son imposibles porque no conducen a ningún sitio. Vadeamos pantanos, cruzamos ríos bravos o nos perdemos en selvas y boscajes. Nuestro andar nos depara innumerables sorpresas porque el terreno que pisamos nunca es el mismo. Nuestros zapatos se ensucian de fango o de polvo que a menudo tenemos que sacudir para no ensuciar otras superficies más limpias. Encontramos cortesía, indiferencia, sonrisas, insolencias, exquisitez, desvergüenzas, honradez y mentiras. A veces cruje la hojarasca bajo nuestras pisadas y a veces una alfombra mórbida silencia nuestros pasos. A veces el viaje se hace peregrinación, otras, escaladas de montaña. Cuesta arriba o cuesta abajo siempre caminamos, aunque en determinados momentos tengamos la sensación de estar parados.
Algún alto en el camino sirve para alimentarnos, comemos fresas que se nos indigestan, ricino que nos cura, merengue para endulzarnos o vinagre para sacudirnos. La intemperie nos curte y la brisa nos alivia. Caminamos tratando de olvidar y, cuando podemos, nos paramos para soñar. Nuestra brújula es la razón y nuestro equipaje es el corazón. En él transportamos la conmovedora belleza del amor, el ángel corporizado del ser que amamos, la irradiación de esa energía inolvidable de sentirnos elegidos y un tesoro de sensaciones que recorrieron alguna vez nuestra piel.
Todos los días son un viaje para huir de la fealdad y de las muecas hipócritas de la política rastrera y corrupta de este país donde nos toca vivir. Todos los días son un viaje para buscar la belleza no solo en la observación perspicaz del arte o la naturaleza que nos rodea sino en el ejercicio aritmético de conocer nuestro espíritu y nuestra sustancia, regresando cada instante a la confianza primitiva en la utopía.
Todos los días son un viaje y a pesar de atravesar un mundo tan perturbado, empobrecido y violento, si creemos en nosotros mismos puede ser una aventura maravillosa. “Si no has estado nunca en el paraíso, jamás entrarás en él”, decía Angelus Silesius. El viaje de todos los días también puede conducirnos allí.

por @mbellido

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