El desvarío de ciertos políticos está llegando a límites insospechados. Leía el pasado día 5 en la prensa unas declaraciones de la portavoz socialista en el Congreso, Soraya Rodríguez,  que se despachaba a gusto contra Arias Cañete de esta manera: “Tres mil explotaciones de cerdos en este país, generan excrementos de los cerdos», decía. «Yo le pregunto, pero bueno, ¿los cerdos de quién son competencia? Del ministro de Ganadería, ¿verdad? Del ministro de Industria y Ganadería. Pues los excrementos de los cerdos, también».

No es el único ejemplo que podría citar, el catálogo de las insensateces en estos últimos tiempos es impresionante. El nivel gramatical, sintáctico, argumental, expresivo del discurso de ciertos políticos no es solamente un ejemplo del estado actual de la política, es la esencia misma de la política para esos individuos. La política es también lenguaje y este tipo de lenguaje desaliñado significa por tanto, política desaliñada, carente de equilibrio en su visión ideal  y en la gestión practica de su labor. La deriva de algunos partidos y su pérdida de votos viene de la mano de la vulgaridad, del ataque desenfrenado, de la falta de control verbal y de las carencias culturales de muchos de sus líderes.

Afortunadamente los ciudadanos ya van entendiendo que cuando algún político tacha de mentiroso al adversario, está sencillamente proyectando su propio pecado. Esa política de poca altura  intenta en una estrategia perversa ocultar la verdad, fingiendo de mostrarla con el uso de palabras fuertes y violentas. La realidad es que esa actitud de echar arena en los ojos del contrario termina, antes o después, dejando ciego al que lo hace.  

Manuel Bellido

por @mbellido

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