Lo veo venir, camina pausadamente, parece auténtico, mira a su alrededor con ojos interesados, cuando me saluda me transmite que no se da importancia ni presume de nada. Es más, me cuenta una anécdota que aparentemente desvela sus límites e imperfecciones. Después, me cuenta de sus muchas horas al pie del cañón, de lo incomprensible que resulta para la gente de la calle la función social de su cargo, de que siempre tiene que dar una de cal y otra de arena, de que la prensa lo pone siempre en el disparadero ¡con lo complicado que está el patio! Y me comenta algo contrario a lo que me dijo hace una semana. Sí, efectivamente mi interlocutor se dedica a lo público.
La política nos muestra a menudo que el cambiar de opinión con seguridad y velocidad, sin que se distorsione un solo músculo de la cara, es un arte ejercido hoy como en todos los tiempos. También nos muestra lo fácil que es, después de haber dicho digo decir Diego más tarde, sin alterarse lo más mínimo. Cierta casta de personajes del ámbito privado o público han aprendido a no decir la verdad y a vivir felices, sin problemas de conciencia. ¿Es lo que se lleva?
El Sistema que sostiene a esta sociedad ha sabido construir mecanismos que permiten falsear, tender trampas o tejer intrigas con la facilidad con la que se juega al “monopoly”. El arte del disimulo y de la apariencia, que es lo contrario de la autenticidad, no ha dejado nunca de estar de moda. Sin embargo, la autenticidad es una cualidad que todos reconocen y aprecian como virtud, como valor ganador. Todos deseamos encontrar personas que sean auténticas y todos desearíamos también ser capaces de ser siempre fiel a sí mismo, en cada situación. La cualidad del auténtico es precisamente la de ser honrado y fiel a sus orígenes y convicciones. Autenticidad proviene del verbo griego «authenteo», tener autoridad. Es lo que hoy necesita la política, lo necesita como el comer. Los ciudadanos se alejan cada vez más de ella porque no creen en sus protagonistas.
Jean Paul Sartre decía que quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. El arte de fingir y mascarar pasiones e intenciones, de prometer para no cumplir, de ilusionar y posteriormente defraudar puede servir para ganar un puñado de votos a corto plazo, en el arco de lo que dura un mitin o una entrevista televisiva, pero ya se sabe que las mentiras tienen las patas cortas y el que dice una mentira no siempre sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de la primera.
¿No es esto a lo que nos están acostumbrando ciertos personajes del poder?

por @mbellido

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