Hoy después de haber terminado mi recorrido por la actualidad a través de la prensa, sentí una especie de vacío terrible; tenía la sensación que esa fotografía que los medios de comunicación me mostraban hoy del mundo cercano y lejano, era una especie de burbuja desprovista en algunos casos de racionalidad y, en muchos otros, de belleza. Incluso leyendo las secciones de cultura, donde en teoría tendría que haber encontrado alguna pincelada de arte que solevase mi ánimo, volví a sentir desencanto y hastío. La sensación es que hoy desde muchos medios de comunicación se tiende a reconocer como artista a cualquier persona, y como arte a cualquier ocurrencia u objeto que el designado decide presentar como tal. De hecho algún que otro artículo dedicado a las artes plásticas y concretamente al denominado arte contemporáneo mostraba la idéntica ostentosa falta de sentido que distingue a gran parte de las obras que hoy se presenta como arte en ferias, bienales y exposiciones. Obras y objetos tan insignificantes que es lógico que provoquen primero la curiosidad y a continuación el alejamiento del público en general.
Ante este panorama sentí una gran nostalgia de esos genios creativos, esos artistas que han sembrado de belleza momentos estelares de la historia, que han intentado con sus obras saciar esa gran sed de belleza que el mundo siente desde que es mundo.
Ayer dediqué mi post a los bienes comunes y al bien común. Creo que no existe mayor contribución al bien común que la del artista. El artista verdadero vive para el bien de la humanidad de forma constante, no hay pausa en su contemplación ni en su labor de plasmación. Esas obras de arte se vuelven eternas porque hay una impronta inmortal y divina en ellas. Me gusta mucho un pensamiento que he encontrado en un escrito de Chiara Lubich. «El verdadero artista –afirma Chiara- no puede considerar la belleza separada de la bondad y de la verdad. La belleza, de hecho, que no contiene en sí la verdad y la bondad no es nada, es un vacío»
En la imagen cuadro de Van Gogh – Noche estrellada sobre el Rodano – 1888