Tolerancia y respeto. Difícil arte, en verdad, el de reunir ambas miradas en ciertas personas que suelen practicar como un hobby o un deporte el meterse en la vida privada de los demás, pontificando, juzgando y aconsejando como si cada persona no tuviera una conciencia a la que escuchar.
Estoy convencido que meterse en la vida de los otros se hace porque se carece de vida propia. Probablemente las personas que suelen hacerlo es porque su vida personal esta plagada de conflictos y complejos y se fijan en los de los demás para intentar dejar de lado los suyos. Hoy alguien, que estimo y conozco, ha recibido una carta recorrida por la preocupación medular de condenar sin más. La carta no tenía desperdicio, contenía todo el dogmatismo retorcido de la peor inquisición o el sectarismo de un perturbado fascismo de otros tiempos. Nadie tiene el derecho de trazar, alrededor de otra persona, un círculo fatal de donde no pueda salir. Los modos incuestionables e indiscutibles solo conducen a condenar a otros seres humanos a la servidumbre, a la barbarie o la miseria, olvidando la poderosa autonomía de las decisiones que Dios ha plasmado en cada conciencia. Negar a otro ser humano el poder de obrar sobre el propio destino es ir en contra del amor, de la ley natural y de la Ley de Dios. El fanatismo de algunas personas está tan turbado que harían cualquier cosa para modificar la propia suerte de otro prójimo, sometiendo su camino a una inflexible y única dirección y dictaminando una ciega fatalidad si este abrigase el deseo de otro derrotero. No oculto el desconcierto que me provocan estos comportamientos. También el vomito. El fanatismo que invade a ciertas personas resulta insoslayable y diría que en el reverso de su propia actuación existe probablemente un sentimiento de envidia por no haber alcanzado nunca la nítida certeza de ser coherente con la conciencia y ver que otros si lo han hecho. Volvemos a lo de siempre: ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
A la autora de la carta yo le aconsejaría que dejara de husmear en los asuntos ajenos condenando sin saber y le recordaría ese pensamiento de Henry Fonda, “todos encontrarían su propia vida mucho más interesante si dejaran de compararla con la de los demás” Escuchar antes que discutir y dialogar antes que condenar.

por @mbellido

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