Conocí hace muchos años, en Austria, concretamente en las afueras de Innsbruck, a una mujer de nombre Brunhilde. Vivía sola, en una casa en medio de un denso bosque de belleza agreste y verde saturado, poblado naturalmente de coníferas. Unos amigos míos, que también lo eran de ella, me habían llevado allí, seguros que me habría descansado y recuperado más prontamente de un esguince, que casi había roto un ligamento del mi pie izquierdo, producido por una brusca caída mientras visitaba en el Tirol del sur la pequeña ciudad de Sterzing. Brunhilde era viuda, desde hacía muchos años y tenía fama, entre los vecinos del pueblo cercano, de ser un poco bruja, maga o hechicera. La verdad es que esa fue mi impresión cuando por primera vez tuve la ocasión de conocer algunas de sus habilidades con un péndulo, que manejaba de manera magistral. Entre otras cosas para distinguir las setas y plantas comestibles de los alrededores. Hacía ungüentos, pócimas, infusiones y amaba cocinar. Preparaba cada día una tarta diversa y a todas bautizaba con el nombre en latín de una planta o de una flor. La atmosfera de aquella casa y también la del bosque que la amparaba, transferían a mis sentidos una atmósfera irreal, como de cuento de nomos, siempre al borde de lo sobrenatural. La vida de Brunhilde, sin embargo, parecía normal, sencilla y verosímil. Ella era en el fondo una heroína sensata que había sobrevivido después de la muerte de su marido gracias a la preparación y venta de mermeladas y dulces en el mercadillo del pueblo y una pequeña ayuda económica que le asignaba mensualmente la empresa de fertilizantes donde había trabajado su marido.
Me sobrecogía verla concentrada en sus manejos con las plantas mientras preparaba el ungüento que preparaba para mi pie. En sus gestos había una luz oscura de realismo desangelado con carácter de fábula que me estremecía. Su sonrisa se insinuaba a veces casi como una mueca de dulce espanto y su risa, tan esporádica, un gemido disimulado. Cada día aplicaba este unto contra inflamaciones en la zona dañada. Lo hacía tres veces al día acariciando suavemente mi piel durante un buen rato, para después inmovilizar la articulación con un vendaje de hilo.
Un día mientras masajeaba mi pie me hizo una especie de adivinanza: “Hay personas que sienten que les falta algo en sus vidas, otros saben muy bien de que se trata, otros que lo tuvieron alguna vez hoy sienten su falta y todos lo esperan alguna vez en su vida”. Si esperar mi respuesta me susurró: “Es un consuelo y a la vez un desconsuelo, así es desde que el mundo es mundo, como decía mi abuela”. No le respondí, pero ella supo que la respuesta era muy sencilla. Aquel día después de cenar, en aquel ambiente enigmático de velas y esencias me contó también la historia de Hathor, la diosa egipcia del amor, el gozo y el canto, esposa de Horus que para los egipcios representaba también la embriaguez, el amor, la fertilidad y el placer. No se si fue el vino que tomé con menor cautela aquella noche, lo que me hizo experimentar algo mágico. Recuerdo que entre los sueños se coló también, esa mujer con largos cuernos de vaca que acoge en su seno una gran esfera simbolizando el sol. Hace unos días recibí por correo unos folios con un cuento que escribí en esos momentos y que posteriormente había regalado a un amigo. El cuento se titulaba “La fuente mágica” y hablaba del espíritu de una mujer de piel de luna que habitaba en una fuente en medio de un bosque de coníferas y sus lagrimas eran el agua que de allí brotaba. Ella fue desventura y ventura de un príncipe que se acercó un día a saciar su sed y quedó hechizado al escuchar la profecía de su terrible muerte en el repiqueteo del agua sobre la piedra. Solo el ósculo piadoso de una princesa virgen lo salvaría del maleficio. Con ágil trote el príncipe cabalgó por valles y cerros hasta encontrar en las cercanía de un lago de montaña, una dulce niña de belleza rara que curó su amargura en una noche de amor y fragancias de rosas y violetas. Brunhilde me inspiró esa fabula, me regaló su ternura y me curó el esguince. Hoy la recuerdo con dulzura.

por @mbellido

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