Esta tarde mientras disfrutaba de la representación filmada del ballet   «La consagración de la primavera» (Le Sacre du printemps) en  la versión de Maurice Bejart, de 1970, debajo de mi ventana mientras intentaba aparcar su coche, un chico joven, nos hacía escuchar  obligatoriamente a todo el vecindario  el contenido del cd de ruidosa “música” (la llamo música aunque realmente no sé si lo era) que venía escuchando a todo volumen.

El contraste entre ambas grabaciones que se mezclaban en el ambiente era evidente. Por una parte el fruto del poder creador del compositor ruso Ígor Stravinski, que con tanta firmeza y vigor había plasmado la partitura de esta obra única y  genial, por otra,  el “chin pun, chin pun” asordante que venía de la calle.

Mientras me asomaba a la ventana para ver cuánto faltaba para que llegara a término tal martirio, reflexionaba sobre la hipotética educación musical que hoy se recibe en las escuelas y sobre  la formación que se les tendría que dar a niños y adolescentes sobre esa orgánica relación música-cultura.  ¿Alguien habrá intentado hacerle sentir a este jovencito que aparca el coche la intensidad de una coral de Bach? ¿Habrá intentado emocionarlo alguna vez con la “Heroica”? ¿Habrá tratado de hacerle probar ese sentido cósmico de la naturaleza con la Pastoral o el Claro de Luna de Beethoven?  Preguntas que no tienen respuesta. Probablemente no se trata solo de la enésima operación cultural  hecha  por los expertos del Ministerio. Se trata de tomar conciencia de que la música es clave para el desarrollo intelectual de las personas. Los especialistas sostienen que los menores que reciben formación en música tienen mayor desarrollo en las demás materias. Incluso hay quien ha llegado a demostrar que la formación en materia musical en los niños puede contribuir al desarrollo de similares redes neuronales requeridas para llevar adelante las tareas numéricas y matemáticas y sobre todo, y de esto estoy convencido, acercaríamos a las nuevas generaciones a la belleza. En la música se encuentra encerrada la belleza de lo complejo, la belleza de la estética musical y la belleza del sonido.  

El jovencito ha conseguido aparcar, se ha puesto sus auriculares y se marcha. Yo me siento a seguir disfrutando de   Stravinski y de la coreografía de Bejart.

por @mbellido

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