Recuerdo con facilidad aquella playa de arenas angostas y de rompientes. Nunca la olvidaré. Caminaba entre rocas buscando un lugar donde las olas se hubieran remansado y la arena fina pudiera acariciar mis pies. Necesitaba orientarme. Iba en busca de Pedro que me había citado muy temprano para salir de pesca con él. Estaba perdido y no encontraba el camino que me habían indicado. Finalmente, divisé una casa con el techo pintado de rojo y una especie de embarcadero. Pedro estaba echando algo en una barca. Era un hombre mayor al que no habría sabido adivinarle la edad, flaco y larguirucho, de manos huesudas y grandes. No recuerdo como iniciamos a hablar. Me trató al primer instante con aire suficiente. Me había revelado como un torpe y desorientado muchacho que no había sabido encontrar el camino. La espuma de las olas que morían en la orilla mientras me acercaba a la casa me habían mojado los zapatos y el agua me llegaba al tobillo. Me quise quitar los zapatos pero en el embarcadero Pedro, casi sin decirme nada, me empujó sobre la barca. El motor despedía un olor desagradable que me producía mareo, pero, apenas echamos a andar, el olor del mar y la brisa lo tapó.
Comencé enseguida a enterarme de la sabiduría y ciencia de mi ocasional compañero de pesca. ¿De qué se habló? Del mar. No recuerdo toda la conversación y no quiero recurrir a las notas que pude haber dejado en mis diarios de aquello años. Quiero recordar sólo aquel mar y sus ojos llenos de mar. Ilusión de ficciones, mezcladas con el vivir diario luchando por sacar de aquellas aguas profundas algo que vender en el mercado, era su relato sobre el mar. Su padre estaba sepultado allí, se lo había llevado una ola muy grande cuando tenía apenas 12 años y se llevó también la barca y se llevó la juventud de su madre que desde aquel día vistió de negro, con sus ojos apagados por la tristeza. Me decía también que el mar en invierno tenía un perfume especial, una energía y una fuerza que deja volar el infinito en nuestras mentes.
Hoy he recordado a Pedro y aquella mañana de pesca mientras escuchaba una fantástica composición de Maurice Ravel, “Une barque sur l´ocean”. “Un barco sobre el océano” es una pieza musical sobre el viaje de un pequeño bote subordinado al espectáculo inestable del mar. El barco viaja a través de aguas tranquilas, sobre ondas en continua expansión; luego es casi tragado por una tormenta y finalmente vuelve a aguas tranquilas. Mientras lo escucho su música me transporta a esa sensación irregular del movimiento de las olas. Profundidades, cielo abierto, ráfagas de viento y calma. Aquella que yo encontré cuando Pedro me devolvió al embarcadero después de haber vomitado dos veces. Sensaciones de aquel día y elementos sensoriales refinados hoy. Ravel me ha vuelto a extasiar.

por @mbellido

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