Fragments d’un discours amoureux

Se podría hacer un inventario de las situaciones, emociones y lugares comunes que genera el amor. Se podría hablar de su condición, de la dedicación que reclama, de la espera, de la complicidad, de los celos. Se podrían enumerar sus códigos, sus claves, sus símbolos, sus gestos. Se podría referir con detalles esa soledad acompañada que lo configura en cada instante de su existencia. Podríamos citar a miles de escritores, poetas, músicos, directores de cine, escultores y artesanos que han creado y elaborado formas y sustancias para alimentarlo. Podríamos citar pensamientos de Platón, Nietzsche, Tácito, Descartes. Sócrates, Camus, Tagore y muchos otros que se han aproximado a su sustancia, balbuceando con inspiración su enjundia. Se puede leer “Fragmentos de un discurso amoroso”, como hice yo hace años, creyendo que algo podría aprender de Roland Barthes y esa especie de breviario afectivo, de vademecum de las relaciones sentimentales que había intentado componer. Podemos recurrir al baúl de nuestros recuerdos y hacer desfilar momentos de felicidad vividos en el más audaz de los enamoramientos juveniles. Podemos recurrir a esas cartas de amor que todos conservamos en una caja de zapatos y que en su día nos hicieron vibrar de emoción. Podríamos escribir y escribir pero no atinaríamos del todo a reflejar su fuente, su principio y su origen. Se habla mucho, demasiado, del amor, pero en realidad que difícil es explicar los intríngulis del corazón. Rochefoucauld diría que el verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto. Shakespeare decía que la música es el alimento del amor sin embargo considero que es el dolor su alimento vital. Como escribió Maurice Maeterlinck, “cualquier amor que no se haya nutrido de un poco de dolor puro, muere” Y ahí me deja esta frase y estos fragmentos de un discurso amoroso, meditando, mientras cae la tarde.