La crisis económica y financiera que nos arrolló como un tornado parecía traer consigo un replanteamiento de aspectos éticos, sociales, culturales y ecológicos, ya que su causa principal había sido anteponer, en bastantes casos, la especulación a cualquier modelo productivo honrado de la economía real. La crisis era un gran desafío y podía constituir una enorme oportunidad. Así se preocuparon de propagarlo a todos los vientos gobernantes e instituciones. El mismo Obama se presentó como emblema de esa esperanza.
Se trataba, por lo tanto, de elaborar propuestas prácticas para crear un mundo más racional en el reordenamiento internacional, de construir las bases de una “gobernabilidad mundial” democrática y respetuosa de la libertad individual, que elaborara reglas de juego capaces de asegurar el desarrollo de los pueblos, con mayor justicia distributiva, de manera sostenible y preservando los recursos naturales. Después de meses de calvario económico, de paro, de penurias, de aumento de la pobreza y de desaparición de empresas, parece que nada ha cambiado en ese sentido. Sigue todo igual. La misma brecha entre ricos y pobres, entre norte y sur, la misma precariedad laboral, la misma miseria en países subdesarrollados, las mismas guerras, la misma exclusión.
Nos podríamos hacer muchas preguntas sobre la eficacia de aquellos organismos económicos, financieros, comerciales y sociales de ámbito internacional que dirigen los destinos de la sociedad, pero bastaría con dos: ¿Qué ha hecho en realidad el G-20 para producir cambios? ¿Qué reformas ha acometido la ONU?
Recordaba Benedicto XVI recientemente refiriéndose a la Laborem excercens “que de la primacía del valor ético del trabajo humano derivan otras prioridades: la del hombre sobre el trabajo mismo; la del trabajo sobre el capital; y la del destino universal de los bienes sobre el derecho a la propiedad privada. En suma, la prioridad del ser sobre el tener”.
Citando esta frase me siento raro, como si estuviera hablando chino mandarino a un grupo de escolares de Sevilla. Creo que, a estas alturas, difícilmente los “poderosos” que manejan los hilos del mundo tengan en sus cabezas principios cercanos a los recordados por el Papa.
En nuestro país hay mucho por hacer y muchos recursos inexplorados. No digamos en Andalucía.
Éste era el momento en que nuestros políticos tendrían que haber demostrado cierta audacia: hay un sistema fracasado, porque mal llevado, y este escenario obligaba a reflexionar, elaborar y proponer fórmulas creativas. Sin embargo se ha engrasado aún más la máquina de hacer parados, de gastar más el dinero público, de mimar a las entidades bancarias sin querer levantar la alfombra de sus cuentas.
Muchos políticos siguen obsesionados solo con la idea de mantener el poder. Es una venda en los ojos que impide mirar de frente la realidad. La sociedad tendrá que tomas conciencia y redirigir el cambio desde las urnas.
Manuel Bellido