La voz de mi padre

En la vida de cada uno de nosotros siempre oímos dentro y fuera resonar otras voces además de la nuestra. Esas voces diversas son como un caleidoscopio con diferentes visiones de la vida, marcas que el pasado ha hecho en nuestra subjetividad, ideas que engendran nuestro hacer al escucharlas. Las voces no son elementos inanimados, tienen rostros. Son las voces de aquellos que nos hablaron en nuestra infancia, de nuestros maestros, de nuestros familiares y amigos o transeúntes de nuestra vida pasada o presente. Hay voces más poderosas que otras. También depende de las etapas existenciales por la que atravesamos. Hay momentos en que algunas resuenan más fuerte que otras.
Yo creo que las voces que llevamos dentro terminan componiendo la conciencia, el raciocinio y la capacidad creativa de nuestro espíritu.
No es fácil conformarlo. A mala pena logramos caminar cada día entre el sueño y la vigilia, en una sociedad ruidosa donde casi todas nuestras energías van usadas para sobrevivir. En el día a día pocas son las ocasiones que hayamos para cerrar las ventanas, encender un poco de oscuridad dentro de nosotros y escuchar. En determinados momentos nos parece que nuestra alma no tenga paredes y el fragor nos asorde. Es como percibir una ausencia constante de límites espaciales en nuestro espíritu. El vacío exterior, abierto y repleto de estruendo no nos permite distinguir entre tantas voces la única que necesitamos. No hay nada más profundo en el intimo del hombre que la propia conciencia, aunque hoy muchas corrientes del pensamiento, llamado moderno, intenten tergiversar su concepto y valor. En estos años, la voz de mi padre, resuena con particular fuerza. Recuerdo a veces un consejo suyo, una expresión, un silencio, un gesto y esto condiciona mi conducta. Mi padre hoy, con su voz forma parte de esa conciencia, testigo veraz e insobornable de mis actos.