Muchos hombres pasan la vida buscando la propia voz o rebuscando otras voces claras que le ayuden a entender la realidad. Difícil labor en una sociedad donde un griterío grotesco y creciente nos asorda. Vivimos tiempos en que las voces profesionales de los políticos ya no encandilan, tampoco las voces de los artistas de moda, muchos, aliados “subvencionalmente” con el poder. Aún menos deslumbran las voces de los economistas y financieros. Tampoco fascinan las voces de muchos de los comunicadores que se asoman a la ventana de la radio o de la TV, refiriendo solo y exclusivamente peripecias y trances del presunto “corruptódromo” actual y olvidando que hay vida más allá de Bárcenas, Urdangarin, Pujol, Blanco, Eres andaluces, Gürtel, etc., Proliferan voceros que alientan la decadencia moral y faltan vigías que muestren la “crónica blanca” hecha de experiencias de solidaridad, de desarrollo, de belleza, de investigación y de verdad. Es insultante que incluso haya voces que se burlen de todo discurso que esté relacionado con valores. Son voces que suenan en la caja hueca de una sociedad que hoy asusta por su superficialidad, que reboza de lugares comunes, de eslóganes, de picaresca y de farsa.
Faltan voces que expliquen con autenticidad el horizonte y el camino, que sepan distinguir lo objetivo de los subjetivo, lo esencial de lo accesorio, elevarse de los particular a lo general o descender de lo general a lo particular. Que en un ejercicio de estilo engarce un discurso con una forma lingüística proporcionada y adecuada al entendimiento de todos.
No hay que olvidar que las voces vienen precedidas de la mirada. Es imprescindible ver, saber ver. “Rem tene, verba sequentur” como dice el pensamiento latín, domina el tema que las palabras ya acudirán. Por eso, ese “buen ver” será el instrumento para recopilar material que servirá al pensamiento y que se traducirá en voz. Actitud noble la del vigía que escoge siempre el lugar adecuado para no perder de vista ni cercanía, ni lejanía.