A veces tratamos de encontrar una palabra en la intimidad del deseo para que nuestras añoranzas se conviertan en acto de amor. Sin esperar respuestas, nuestra búsqueda se convierte en súplica, para que algo ilumine ese rincón en penumbras y silencioso de nuestra alma con una luz reveladora. Lo que confiere a nuestro ruego un valor es la ternura con la que rebuscamos, que como una melodía envuelve, unifica y recompone los fragmentos de nuestra melancolía. Cuando encontramos la respuesta, esa palabra pierde su condición de algo real para convertirse en algo vital. Algo que nos devuelve un soplo de vida. El espíritu que habita el término hallado nos abarca, nos abraza y nos consuela. A veces la respuesta llega también en forma de sabor o de olor. A veces llega en forma de música. Otras veces, tiene forma de brisa, de mirada, de sonrisa o de poema. Otras llega a través de esas estrellas despistadas que desde el cielo nos guiñan y nos anuncian que un corazón en otro lugar de mundo nos está pensando. Esa emoción borda en oro nuestra súplica silenciosa.
La añoranza es una tierra prometida, es más que un territorio, es un refugio, un oasis paciente construido por un sentimiento, una ausencia y una privación con el anhelo de sobrevivir.
Nadie queda al margen de la añoranza, ni siquiera los de corazón de piedra. Esos se estrellan contra un muro derruido que delata la intemperie en la que se encuentran los sentimientos humanos que siempre unen un nombre a un destino cumpliendo un mandato ancestral. Cuando el nombre o el destino desaparecen, el solitario muro de la añoranza se derrumba y los escombros aplastan las ilusiones.
En la añoranza el deseo transforma lo evocado, lo rescata y ese sentimiento nos salva de la nada porque lleva en si notas de esperanzas y nos insinúa un sentido a la existencia. No nos da respuestas. Nos sugiere nuevas preguntas. La vida es un camino acompañado de preguntas sin respuestas. Una tras otras las preguntan estallan en nuestro interior y cada explosión alumbra nuevas preguntas.
La añoranza nos arropa porque la distancia consume cuando se carece de sueños. El camino es largo y cuando la añoranza se convierte en acto de amor nuestro andar se hace trascendente.

En la imagen: Melancolia de Edward Munch

por @mbellido

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