Un cesto de flores

La exquisita belleza de la naturaleza nos eleva, nos induce a contemplar, nos conduce a la meditación y al sosiego. A veces, tenemos la suerte de que alguien a nuestro lado nos muestra su esplendor, nos la descubre en todos sus detalles, nos ayuda a reconocerla, pero, si encontramos a un artista, nuestra fortuna se multiplica: ellos tienen la capacidad de acercárnosla a través del arte. Los artistas saben envolver plantas, flores, árboles, matorrales, arbustos, florestas, selvas y bosques en las verdes simetrías de la más sublime armonía. Saben proyectar colinas, cerros, collados, lomas y alcores en horizontes marrones de ternura. Saben acercarnos a cielos y mares de azules infinitos. Saben lanzar caballos al galope, sumergir delfines en aguas transparentes, elevar águilas hasta las nubes. El artista sabe mirar a la Creación con dulzura, asimilarla, hacerla suya para después restituirla en sus lienzos, trozo a trozo, transfigurada. El artista añade belleza a la belleza. A la belleza de la naturaleza el artista añade la belleza de su genio e inspiración. Alegría, sufrimiento, encanto, todo aquello que el artista descubre en la naturaleza, lo transforma en poesía. Si pinta al ser humano lo proyecta con algo de tierno en su mirada. Expresa el amor de una pareja con los colores complementarios del sentimiento y las vibraciones misteriosas de los tonos superpuestos. Expresa el pensamiento con el contraste de la luz y la oscuridad. Expresa la esperanza con un horizonte inmenso o con un cielo estrellado. El ardor de la pasión con un sol radiante. Cada obra de arte es un momento de eternidad. También este ramo de flores es un trozo de primavera, un acto de amor de quien lo pintó y que hoy enternece la mirada y me hace mejor.
Manuel Bellido