Tú, detrás de la cristalera de esa cafetería del centro, miras la calle y las farolas que empiezan a encenderse. Probablemente buscas mis pasos entre los de la gente que, sobre las aceras, se disuelven en esta tarde cálida de febrero. Parece ya primavera. Me has visto y sonríes. Por un momento en tu mirada se reflejan las iniciales que llevo grabadas en el corazón. En un mundo color gris como el que nos depara la actualidad política y social de nuestro país, tus ojos parecen dos arco iris después de la tormenta. Me acerco a ti como casi siempre, con la pinta de un viajero cansado, llevando esa maleta repleta de utopías, de noticias y de esperanzas, para que las recoloques ordenadamente en ese armario íntimo que sólo tú conoces. No puedo negar que te estás convirtiendo en ese océano que se transforma en lago, en río, o en cascada para acogerme o trajinarme, para perderme o encontrarme, para hacerme sentir tus olas y sumergirme, para navegar o naufragar en tu ternura. Eres así porque eres tú y porque eres Mujer. No dejo de comprender que los hombres y las mujeres provenimos de planetas distintos y que por ese motivo nos diferenciamos en la forma de comunicar, en los comportamientos y en las necesidades emocionales. Conocerte y respetarte me ayuda a admirar esas diferencias, a mirar de otra manera, más allá de la superficie y más allá de lo establecido en una sociedad que tiene aún mucho de machista.

Creo que podrías ser la consorte de un rey o la amante de un guerrillero, la enfermera de un moribundo o la mística de un claustro. Esposa feliz o mártir sin amor, sabrías arriesgar la tortura, la cárcel o la muerte por luchar por alguna causa que considerases justa. Eres Mujer y como todas las mujeres sabes desde siempre cargar con pesos, con hijos y con penas, sabes cantar, incluso cuando sólo te apetece llorar, sabes sonreír cuando sólo te apetecería gritar. En un mundo pálido de televisión, de música atolondrada y de radios mentirosas que hacen de nuestra vida cotidiana un carrusel monótono y sin horizontes, celebrar el Día de la Mujer tendría que ser, para el hombre, aceptar el ilimitado poder creador del espíritu femenino y, para la mujer, reconocer el privilegio, la responsabilidad y la satisfacción que supone la condición femenina en este siglo de aburrimiento político que camina como los cangrejos porque ha olvidado los valores esenciales de la Vida.

«Las mujeres no pueden quedarse con los brazos cruzados hasta que llegue la libertad» como ha dicho recientemente la iraní y Premio Nobel de la Paz, Shirin Ebadi. Ni tampoco los hombres. Entre todos tenemos que sacar a la luz lo que antes no se advertía o apenas se identificaba. Y no se trata sólo de conseguir para la mujer un trabajo en igualdad y un salvavidas para que pueda sobrevivir. Se trata de darle su espacio para que pueda pedirle algo más a la vida y sobre todo no permitirle que caiga en el olvido de sí misma.

Apago mis pensamientos. Sigues ahí detrás de la cristalera. La noche está cayendo como un telón de teatro, el rumor de la calle se apaga dentro de esta cafetería y, sentado frente a ti, mientras caliento mis manos con una taza de te, me pierdo en tu mirada y sigo aprendiendo de memoria la esencia de ser Mujer.

por @mbellido

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