Siempre he tenido claro que lo peor en la vida es traicionarse a sí mismo. Algo difícil de disculpar, ¿verdad?. Es una situación en la que todos podemos caer. Así es la fragilidad humana. Hace años escribí un cuento que hablaba de un hombre que era capaz de reírse desmañadamente de cosas que decían otros aunque no entendiera su significado o no tuvieran gracia. Este hombre mediocre se traicionaba a sí mismo y por eso no lograba alcanzar nunca la altura que una vez soñó en su juventud. ¿Feliz? No, no lo era. Se enfrentaba siempre a sus diversos estados de ánimo, que constantemente tenía que esconder para bailar al son que le tocaran. Contradictoria su actitud que a veces reía cuando dentro lloraba. Traición perversa la de quien no sigue los dictámenes de su conciencia. El hombre de mi cuento murió de espaldas a un ocaso porque alguien había dicho un momento antes que sentarse a mirar un sol rojo al atardecer era una sensiblería romanticona de adolescentes enamoradas.
Las cosas no son siempre como queremos o necesitamos verlas. Un día, yo era muy joven, explicando a una persona mayor que las estrellas brillan aún mucho después de haber muerto y que, probablemente, una de las que estábamos contemplando ya no existía, él me respondió que era una barbaridad, ya qué precisamente esa estrella la teníamos delante de nuestros ojos. Permanecí en silencio y asentí con la cabeza. Me traicioné al preferir no esforzarme y explicarme más. Aunque François de la Rochefoucauld decía que más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme de hacer traición, en aquel momento mejor tendría que haber recordado las palabras de Alfonso X el Sabio: “Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores”.
Si la traición supone en general una cobardía y una depravación detestable, traicionar nuestra conciencia es pecado aún mayor. Traicionarse a sí mismo es no confesar en público las propias convicciones, es ser «políticamente correctos», es no denunciar las gamberradas de los políticos y seguir permitiéndoles que nos tomen el pelo, es reírles las gracias al poderoso de turno, es dejarse llevar por la corriente porque todos lo hacen, es justificar al que roba, es taparse la nariz ante la corrupción o el tráfico de influencia de unos pocos.
Traicionarse es no escuchar nuestro corazón y no hacer caso a nuestra conciencia.

por @mbellido

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