¿Quién no tiene en sus recuerdos esos momentos de la infancia que nos han permitido gozar de manera extraordinaria? Yo evoco a menudo y con especial delectación algunos de ellos que tienen como protagonista a mi padre. De niño, en aquel patio de mi casa natal en Jerez, mi padre me subía a veces sobre sus hombros. Es nítido el recuerdo que conservo: primero el vértigo de la elevación, después la búsqueda del equilibrio sujetándome fuertemente a sus manos y finalmente la carrera a galope atravesando el patio. Aquel movimiento daba el impulso definitivo a mi imaginación. Volaba sobre las alas de un enorme insecto, de planta en planta o a ras de suelo, pilotaba un avión o atravesaba una selva sobre la cabeza de un monumental elefante. Daba igual la aventura que imaginase, lo importante era la sensación: veía mi entorno desde las alturas, mis ojos curiosos podían escrutar rincones que otros desde el suelo ni conocían y yo los exploraba palmo a palmo, como un niño sabe hacer, concienzudamente, cuando se siente seguro sobre los hombros de su padre. Ese juego me permitía otra perspectiva de la realidad, un horizonte diverso.

Encontrando hoy estos episodios en la parca enciclopedia de mi memoria comprendo que es importante a veces ver las cosas y los acontecimientos desde arriba, desde un plano más general, desde otras perspectivas distintas a las que la simple altura de nuestra visión ocular o intelectual nos ofrece.

En muchas ocasiones nos dejamos llevar por las apariencias, nos dejamos condicionar por el modo y la forma en que la comunicación mediática nos presenta los envoltorios de las propuestas de consumo o por el bombardeo demagógico de algunos discursos políticos.

En estas tristes y convulsas semanas en las que nuestra atención sigue embaucada por el proyecto de Estatuto de Cataluña, por las constantes amenazas de ciertos nacionalismos histéricos y radicales de llevarse por delante la unidad de España, la Constitución y el consenso de la transición, por la invasión de los inmigrantes, por la OPA de Gas Natural sobre Endesa, y tantos otros globos de colores que van del gris al negro, convendría ‘subirse a hombros de gigantes’ parafraseando a Isaac Newton, y, mirando desde otra perspectiva, darse cuenta de que hay más y mayores problemas reales en nuestra nación y en nuestra región y que siguen sin arreglarse.

Recientemente, un ex-presidente del gobierno del mismo partido que ahora ocupa la Moncloa, decía que con las cosas de comer no se juega. Tiene razón y los ciudadanos tendrían que comenzar a discernir entre lo que es humo y lo que es realidad. Si las calles de mi barrio siguen sin arreglarse, si las listas de espera en la sanidad siguen siendo kilométricas, si las leyes sobre educación siguen evitando que los jóvenes aprendan a pensar, calamitoso será nuestro porvenir. Todo lo demás son sólo maniobras de distracción, caminos improvisados de quien no tiene un modelo económico ni un proyecto de España y vive hipotecado por lo que se cocina en los poderes del rupturismo nacionalista.

La realidad virtual que a veces nos ofrece la manipulación mediática no solo no alimenta nuestra conciencia, hasta puede llegar a envenenarla. Es como ir de paseo por un bosque y comer plantas y setas al azar sólo porque nos sentimos atraídos por sus colores y formas. El desconocimiento de lo que se recoge y se come puede producir una colosal intoxicación.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com