Hay hombres que cuando mueren  se les entierra inútilmente, su presencia, su obra y su voz siguen gritando al mundo esa parte de la Verdad que robaron un día del infinito. Se les sepulta creyendo que se pulverizaran como ceniza y sin embargo sus cuerpos son semillas  que  contienen  embriones  de los que se desarrollan  nuevas  y vigorosas plantas.  Es el caso de  muchos pensadores, escritores, artistas y filósofos. Cuando nos acercamos a uno de ellos, a través de la lectura, nos transformamos  en ramas y en frutos de esas plantas. Cada uno de nosotros, con la lectura, almacenamos ideas y conocimiento, nos inyectamos vida. Visualizamos, deslizándonos por un paisaje de palabras,  vocalizamos y articulamos pensamientos que producen una sonorización, que a menudo es música, las ideas pasan de la boca al oído y posteriormente al cerebro, al espíritu y al alma. No es solo un proceso de comprensión sino de absorción vital. La lectura de los clásicos griegos, nos hacen viajar, retrocediendo en el tiempo y volver transfigurados  en personas nuevas. Hoy retrocedí muchos miles años, estuve con el hombre que pasó a la historia como el máximo representante del estoicismo romano, en una etapa tan turbulenta, amoral y antiética como lo fue la plena decadencia de la etapa imperial en que vivió. Su  influencia se ha dejado ver en todo el humanismo y demás corrientes renacentistas. Su afirmación de la igualdad de todos los hombres, la propugnación de una vida sobria y moderada como forma de hallar la felicidad, su desprecio a la superstición, sus opiniones antropocentristas… se harían un hueco en el pensamiento renacentista y aún hoy siguen vivas. Hoy vengo de esas manos y de esas palabras. Hoy estuve recogiendo esas hojas desparramadas bajo el árbol de su grandeza: “La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy”, “Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti”. “La ira: un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte”,” La naturaleza nos ha dado las semillas del conocimiento, no el conocimiento mismo”. Sus pensamientos me han dejado arañazos en la carne de mí ser. Este pensador e intelectual,  consumado orador y hombre de bien, deja en nosotros, cada vez que nos acercamos a sus textos una especie de tatuaje ritual, difícil de borrar.  Una figura predominante de la política romana durante la era imperial,  uno de los senadores más admirados, influyentes y respetados. Su figura nada tiene  que ver con ciertos políticos que hoy desfilan por las alfombras privilegiadas del poder. Hoy mientras asistía a la toma de posesión del  socialista José Antonio Griñán como presidente de la Junta de Andalucía en la IX legislatura, veía a muchos políticos que allí se concentraban  como tercos náufragos en mares equivocados. Para no dejarme invadir por la tristeza por tan pobre panorama, atrasé el reloj de mi sonrisa hasta que llegase la hora de la cita con Lucio Anneo Séneca. Su libro puso gramática a los ruidos de la mañana. Seneca creció en mi, igual que un árbol, para dar su fruto.

 

Lucius Annæus Seneca (Séneca el Joven (4 a. C. – 65) la muerte de Seneca

por @mbellido

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