Hoy 21 de abril de 2012, aquí en el sur, manaba la primavera a colores. Esta mañana el sol se estiraba por todos los rincones de la naturaleza. En la playa brillaba la espuma de las olas, el horizonte del océano, las paredes de cal del  pueblecito pesquero y  las pocas nubes cándidas y níveas que adornaban el cielo.  Hacía calor y, el mismo sol, no concebía otra labor que la de ahuyentar las sombras. He probado varias veces a cerrar los ojos para concentrarme y escuchar con atención el chasquido de las olas y  mientras respiraba profunda y prolongadamente dejando que aturdieran   los sentidos  el olor del salitre y del yodo sentía que todo mi cuerpo se distendía.  Un momento delicioso que daba con las puertas en las narices a la rutina. Bajo mis pies la arena no era la imparable de esos relojes que equivocadamente llaman clepsidras, era una especie de alfombra dorada que acariciaba y masajeaba mis extremidades. Sobre el mar, mucho he leído, mucho he escuchado, mucho he imaginado y mucho me queda por aprender. Esta mañana mirando las embarcaciones a vela en el horizonte,  encontré motivo para aprender algo más sobre el mar y sobre la vida.  Para navegar con seguridad el marinero debe ser capaz de escoger la ruta en base a las condiciones meteorológicas y marinas Un velero, como esos que se lucían ante mis ojos,  es una nave en la cual la acción del viento sobre su aparejo constituye su forma primordial de propulsión. El instinto del tripulante confía en su conocimiento y observación  del cielo, de las nubes, de las olas, de las mareas, del viento, e incluso, me decía mi padre, del comportamiento   de las gaviotas.   La navegación marítima, tiene mucho que decir a la navegación por el mar de la vida. La marítima es el  arte y la ciencia de conducir una embarcación desde que zarpa hasta su destino. Mientras que para la navegación marítima pueden ser fundamentales los conocimientos físicos, matemáticos, oceanográficos, cartográficos y astronómicos, para la navegación vital se necesitan  otras actitudes y conocimientos. Se requiere destreza  para sortear peligros y conducirnos a la meta que nos hemos propuesto, pero también sensatez, curiosidad, perseverancia, esfuerzo y algunos gramos de  inteligencia emocional. Sócrates así lo resumía:   “Para desembarcar en la isla de la sabiduría hay que navegar en un océano de aflicciones”. Un pensamiento se hizo camino en mi cabeza mientras abandonaba la playa y me disponía a volver a la ciudad, donde en la redacción, me esperaban algunos asuntos que recomponer: el buen marinero no puede cambiar ni el tiempo, ni el viento, ni las mareas, pero si puede comprender el momento de cambiar la ruta.  Más tarde con este pensamiento afronté mejor la  resolución de los asuntos que me esperaban. “La naturaleza benigna provee de manera que en cualquier parte halles algo que aprender”. Razón tenía Leonardo.

por @mbellido

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