Llegó hace unos días a la redacción un estudio publicado en el American Journal of Physiology que explicaba, de manera muy clara y argumentada, que sin actividad física ninguna dieta adelgazante es suficiente. Este estudio me venía a confirmar lo que hace tiempo le escuché decir a un monitor del gimnasio donde acudo cada mañana a una chica que se quejaba de los resultados de una dieta. “Si quieres adelgazar y quieres hacerlo con una cierta rapidez no hagas caso de las píldoras  y de los brebajes milagrosos, no hay dietas revolucionarias ni masajes exóticos, nada de nada. Si quieres adelgazar tienes que sudar”.  Adelgazar se ha convertido en la obsesión de nuestro tiempo. Que acertemos o no en el modo de eliminar kilos, de hacer más suave nuestra piel o mantener el cabello limpio y sano, lo cierto es que estamos bombardeados constantemente, desde los más variados  púlpitos y a través de medios de comunicación especializados, sobre cuáles son  los cánones de perfección estética, sea masculino que femenino. Quizás por ese motivo cada vez que nos miramos al espejo nos encontramos mil pequeñas imperfecciones: los cabellos demasiados finos, la nariz grande, los ojos demasiado pequeños, las arrugas de la piel y, sobre todo, kilos de más… y no  queremos comprender que en el fondo  nuestras peculiaridades, aunque sean algo imperfectas, contribuyen a hacernos únicos y originales.

¿Quién puede, mirándose  al espejo, ver siempre reflejada una imagen impecable?

Nuestro aspecto exterior dice mucho de nosotros, pero nuestra percepción personal también.  Si nos aceptamos como somos, porque creemos que nuestra naturaleza es única y miramos las cosas con sabiduría, nos descubriremos diferentes uno de otros,  cada uno con su belleza e inteligencia particular. No sé cuánto habrán cuidado su aspecto exterior mujeres como Hipatia de Alejandría o la paleontóloga Mary Leakey, o Marie Curie, Emilie de Chatelet, Rosalind Frankñin, Lise Meitner, Ana Lovelalace o la española Maria Andrea Casamayor; lo que sí sé, y que todo el mundo reconoce,  es que han pasado a la historia por su destacada contribución al progreso científico y al progreso de la humanidad. Quizás fueran sometidas en su época al desprecio de sus compañeros de profesión, a la indiferencia de las universidades o instituciones académicas e incluso a las resistencias de la comunidad científica del otro sexo, pero con ellas se vuelve a demostrar que los seres humanos  somos algo más que un aspecto corporal, estamos dotados de un espíritu, de una  mente y, si queremos,  de unos valores, que hacen que seamos lo que realmente queremos ser. No podemos olvidar que lo que sentimos internamente, lo que vivimos y apreciamos, las emociones, nuestros pensamientos, positivos o negativos, se reflejan en la cara, en la postura del cuerpo, en los gestos. Incluso nuestro interior influye en  la ropa que nos ponemos, en la decisión  que tomamos con el peluquero para un nuevo corte de pelo, en los colores que usamos para nuestros vestidos y nuestros ambientes. Todo es modificable o mejorable, pero si la imagen, como dicen los expertos, sirve para generar confianza en los demás, quizás tengamos que preocuparnos antes de ganarla con nosotros mismos y para eso, a veces, vale la pena pararse, serenarse, relajarse, sonreír, sorprenderse por estar vivos, por sentir, por pensar y  por ese verdadero tesoro de plenitud que la vida me regala ahora: el momento presente. ¿Qué otra cosa tenemos  entre las manos, mientras escribo y mientras me lees sino es el aquí y el ahora?

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