«La crisis de nuestro tiempo se debe a muchos motivos, que se resumen en uno: penuria de amor». La frase es de Igino Giordani (1894-1980), escritor periodista y político italiano, una de las grandes figuras del siglo XX italiano. Estoy leyendo su bibliografía y a través de él conozco también los perfiles de otros grandes personajes de la época como Luigi Sturzo o Alcide De Gasperi, políticos de mucha estatura que nos han dejado ejemplo de cómo ejercer el derecho/deber de contribuir al bien común de una manera extraordinaria. No hay nada mas ejemplar que cuando un político tiene claro que su vocación es la de contribuir a una historia de paz y de unidad entre los pueblos, asumiendo la fraternidad universal como principio inspirador de la acción política, para traducirla en hechos, derechos y deberes, mirando desde esta perspectiva las estructuras institucionales locales, nacionales e internacionales. Con tristeza miro hoy un panorama político muy distinto, donde a menudo todo vale para alcanzar o mantener el poder, donde la acción política no se funda en grandes valores compartidos sino en intereses partidistas, donde falta coherencia, medidas de inclusión y cohesión social, donde la unidad y el bien común no aparecen en los primeros puestos de la escala de valores de sus actores. Ayer Mas intentó vendernos gato por liebre, quiso sustituir la legitimidad política que confieren las urnas por una manifestación de masas organizada desde la Generalidad que, aunque parecieran o fueran muy numerosas, nunca serán la fotografía de la verdadera representación del cuerpo social de esa Comunidad. No todos los catalanes estaban allí y no todos quieren la independencia, la mayoría se siente catalán y español. Me da miedo cuando veo avanzar cierto populismo gratuito propiciado por dirigentes políticos y que a alguno, en este caso, se le haya olvidado que la soberanía de la Nación reside en la voluntad de todos los españoles. Hoy por hoy a todos nos conviene seguir trabajando por la unidad, no por la división. Penuria de amor y falta de grandeza de miras. Ya lo decía Einstein, el nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad.