Sabemos que el planeta se enfrenta hoy a problemas terribles que avanzan al galope devastando todo lo que encuentran a su paso. ¿Quién no ha oído hablar de la desaparición de bosques tropicales, del agujero de la capa de ozono o del calentamiento global? Se sigue maltratando la Tierra y a sus habitantes desde hace cinco mil años, como si no hubiera nada mejor que hacer. Guerras en diferentes lugares del mundo, terrorismo recurrente, conflictos raciales, nacionalismos extremos, hostilidad religiosa, hambrunas y pobreza que ponen de relieve el lado bárbaro de los seres humanos.Todos estos gravísimos problemas se reproducen a menor escala y con matices distintos en nuestras ciudades, produciendo un gran malestar que complica nuestra existencia. Atascos de tráfico, polución atmosférica, inseguridad ciudadana…

Muchas de nuestras ciudades están enfermas, como están enfermos los edificios, las casas, los lugares públicos. Las ciudades se han convertido en espacios para sobrevivir más que para convivir. Por eso los fines de semana se intenta huir de la ciudad para encontrar otros territorios, otros horizontes en medio de la naturaleza que procuren oxígeno a nuestros pulmones y sosiego a nuestro espíritu. Porque uno de esos malestares que afligen nuestros días es el ruido. Fastidio morrocotudo que los expertos han denominado educadamente «contaminación acústica».

El silencio es un derecho cada vez menos respetado y, sin embargo, todos lo necesitamos como el oxígeno para respirar. El ruido nos daña física y psicológicamente. El silencio es un alimento, es respirar libremente, es un lugar donde encontrarnos con nosotros mismos. Bastaría recordar el papel importante que ha tenido el silencio para contribuir a plasmar hechos significativos de la Historia y momentos sobresalientes de la creatividad humana.

Sin embargo, el ruido hoy todo lo invade. Parece como si fuera ya un hecho cultural aceptado por todos, imposible de erradicar. Motores, coches, martillos neumáticos, spots televisivos a muchos decibelios, motos, alarmas, sirenas de ambulancias, músicas a todo volumen en los coches, en lo centros comerciales, en los restaurantes… ruido que nos irrita, cambia nuestro humor y nos hace añorar el silencio. De día y de noche. En verano, cuando abrimos las ventanas en busca de refrigerio, y en invierno cuando, sin abrir nada, se cuelan en nuestras habitaciones rumores, músicas y conversaciones a todo volumen que nos ponen al corriente de vida y milagros de los paseantes de la calle o de nuestros vecinos. Ese ruido arrasa nuestra intimidad y tritura nuestros nervios. El ruido ha sido en muchas épocas históricas instrumento de tortura para anular la voluntad de los detenidos. Hoy las sociedades manipuladoras saben usarlo como presión psicológica para anular la capacidad de razonar. El silencio es una necesidad y la capacidad de pensar, crear, reflexionar en buena parte depende de la posibilidad de sumergirnos en él. No me resigno a perder la esperanza, pero difícil lo tiene la sociedad. La solución depende de cada uno. Y si cada uno no cambia como individuo y pone algo de su parte, nuestro mundo, tampoco en esto, cambiará.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com