Pobre corazón. Con tantas intermitencias no sé cómo resiste. Hay rachas en nuestra vida llenas de sobresaltos, de sucesos extraordinarios, de impresiones, de acontecimientos que aparecen de improviso y producen verdaderos terremotos en el frágil territorio de nuestras emociones. A veces, otro ser humano y una situación inusitada e insólita hacen temblar los cimientos de nuestros sentimientos sacudiendo con fuerza el sentido mismo de nuestra humanidad.

Una experiencia que vivimos al borde del desconcierto o del estupor, del dolor o de la euforia, de la esperanza o de la desesperación, de la luz o de la noche: es la experiencia del amor. Es el amor mismo.

En una cascada de inéditos ensueños, llega con ímpetu y, sin avisar, se lleva por delante trozos de vida y de destino, siembra nuestro día de fulgurantes actos de creatividad o de abstracción guiados por las vehementes razones y leyes del corazón. Produce sondas que nos permiten entrever la profundidad de nuestra alma, a veces conmovida, expectante, radiante o herida, a veces enferma de esa fiebre que no baja ni colocando paños húmedos, ni bebiendo mucho liquido, ni tomando una aspirina.

Te adentras en unos paisajes misteriosos e invisibles donde se esconden en cada rincón emociones ardientes y apasionadas, ensombrecidas y crepusculares, tristes, perdidas, luminosas, frías, intensas, transparentes u opacas, pero siempre indescifrables. Emociones que aparecen sin un orden establecido y que no sabes explicar, porque ningún ser humano pudo dar nunca confines a su descripción. Sólo los poetas acariciaron sus reflejos.

El corazón en llamas no se calma aunque lo acaricies con la mano y, a fuerza de usarlo, se vuelve tierno y a veces hasta se rompe a pedazos.

Se nos cambia la mirada y quien se nos cruza por la calle ve en nuestros ojos color azul de cielo. Miramos, pero no vemos. Oímos, pero no escuchamos. Dicen que en semejantes circunstancias no se camina, se vuela.

Hoy tenía necesidad de pararme al borde del camino buscando en los entresijos de mi alma la memoria de mi amor primero. Aquel primer amor que encontré hace muchos años en otra tierra, aquel amor de piel clara, acento italiano y mirada serena. Aquel amor que produjo por primera vez taquicardias en los cuatro rincones de mi corazón. Aquel amor que quería envejecer conmigo estrechándome la mano. Un amor del que huí sin saber lo que perdía y al que no siempre supe corresponder y que, sin embargo, estoy seguro, aún sigue derrochando ternura. Su fotografía en la pantalla de mi ordenador me ha vuelto a emocionar. Cuantas locura hicimos por ese amor. Ahora comprendo a Shakespeare:” Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado”.

por @mbellido

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