Desde pequeño mi padre me enseñó a acariciar con tino la música. Atrapando sonidos, con los años fui comprendiendo que las notas tenían el poder de reafirmarme, descubrí que había sones que equilibraban mi interior, ritmos que trucaban mi estado de ánimo… No se equivocó mi padre cuando un día me dijo: ¡La música eleva y embellece!

Mirando atrás, reconozco todos esos buenos momentos que me ha regalado. Mozart, Bizet o Bach han tocado a menudo para mí, pero también lo han hecho Diana Krall y Glenn Miller. Y muchos buenos amigos de mi tierra me han hecho vibrar con bulerías y soleás. El jazz y el flamenco saben sacudirme todas las células, me zarandean el esqueleto, lo pies, los hombros, como si una energía brotara del corazón y recorriera todo mi cuerpo.

El placer de la música ha ido siempre acompañado de otro que también es capaz de envolverme y seducirme hasta hacerme perder la noción del tiempo. Es el placer de leer. La lectura sólo fue un acto mecánico cuando en el colegio me enseñaron vocales, consonantes y sílabas. El resto fue desarrollar esa mágica destreza de descubrir emociones, significados, historias que me transportaban a otros lugares y otros tiempos, identificarme con intrépidos personajes y resueltos héroes cuya inteligencia e ingenio me daban envidia.

Cuánto hubiera dado en muchas ocasiones por cambiar mi mundo familiar por esos otros mundos llenos de ficción y fantasía. La lectura es siempre un juego caleidoscópico de imaginación en el que, si se entra de niño, es difícil que lo abandonemos de adulto. Tuve la fortuna de contar también con un excelente profesor, un joven salesiano que nos enseñaba música y literatura, después de habernos hecho recorrer los senderos de la gramática acompañados de oraciones, verbos, sujetos y predicados. Le agradeceré siempre el haberme hecho aprender de memoria muchas poesías de autores españoles. Hoy forman parte de mi bagaje espiritual. Por supuesto, no faltaron ocasiones en que me aburrí delante de las páginas de un libro.

No todos los argumentos estaban al alcance de mi conocimiento, el tiempo me daría la posibilidad de volverme a acercar a ellos. No sólo Ovidio, Homero o Aristófanes los leí de mayor; también libros como El Quijote se me habían resistido durante muchos años, hasta que el amigo Francisco Márquez Villanueva me acercó a su inmortal riqueza. Los años vividos en Italia me hicieron descubrir a Dante, Petrarca y Boccaccio. Autores árabes y judíos los he ido conociendo a través de los libros de mi hermano, y también han conseguido abrirme otra ventana a nuevas emociones.

Cada año que pasa siempre me digo que aprendo a leer de una manera completamente nueva. Por mi trabajo leo mucho de economía y empresas, herramientas indispensables para mi labor al frente de Agenda, pero sigo robando horas a las noches y a los fines de semana para acercarme a esos genios de todos los tiempos que con sus escritos han hecho que la vida sea más placentera.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com