A lo largo de la vida vivimos una sucesión de experiencias donde dejamos o nos dejan. Perder, es a menudo el precio que pagamos para vivir. Sin duda una aportación a nuestro crecimiento. Cuando algo se pierde nos estamos predisponiendo para adquirir algo nuevo. Desde nuestro nacimiento hasta que dejamos este mundo, recorremos un camino constelado de dolores producidos por abandonos y perdidas. Cada una de esas pérdidas nos predispone a vivir una realidad nueva que puede provocar posibilidades de transformaciones creativas. La crisis está arrastrando a muchas personas a vivir la experiencia del abandono. Muchos han perdido su casa, su trabajo, su empresa… Casi todos los sectores de la sociedad han perdido algo, empezando por el aspecto material y económico y acarreando a continuación y, de consecuencia, perdidas de salud, de ilusión, de confianza y de seguridad. Nadie puede entender la propia historia en términos de continuidad, todo puede cambiar en el instante que menos se espera. Tampoco podemos entender nuestra historia sin asimilar que se va componiendo con realidades internas y externas. Por supuesto, nuestras experiencias no son solamente lo que nos sucede a través de circunstancias y hechos son también el modo en que las interpretamos. La experiencia de un abrazo puede ser una envoltura cálida de cariño o una invasión de nuestro espacio físico o incluso una fantasía de nuestra mente. Cada ser humano tiene una respuesta interior para cada acontecimiento de la vida. Por tanto, estoy convencido que una pérdida o un abandono puede significar dejar de tener o no encontrar alguna cosa que se poseía, malgastar o desperdiciar una cosa, no lograr lo que se esperaba o se necesitaba, verse separado de una persona querida o bien, encontrar un momento propicio para algo nuevo, desprendernos de algo superfluo, obtener un nuevo beneficio, estimular nuestra creatividad, poner a prueba nuestros recursos, cambiar de rumbo, iniciar un nuevo camino, abrirnos a nuevas oportunidades… Pérdidas y ganancias están demasiados relacionadas entre ellas. E n muchas ocasiones el mejor modo de crecer es aligerarnos de cosas que nos sobraban, nos distraían o nos rebasaban.