Ayer me confundí en la calle. Observé a una persona de espaldas, tenía el pelo canoso y peinado como el de un viejo amigo que no veía desde hacía tiempo. Me acerqué ilusionado a saludarlo y a pocos pasos me dí cuenta de que se trataba de otra persona. Desilusionado seguí caminando mientras reflexionaba que la ilusión se basa a menudo en la similitud de dos formas semejantes, que se pueden confundir entre ellas. Probablemente esa cavilación sólo me explicaba cómo se produce la ilusión no por qué se produce. En mi caso, quizás, tenía ganas de volver a ver a mi amigo y eso motivó la ilusión.

Según el diccionario de la RAE, la palabra ilusión, que proviene del latín illusišo, -ÿnis, es «la imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos» o bien la «esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo». En el origen de la ilusión hay que buscar casi siempre una emoción o una necesidad de la que no somos conscientes y que nos induce a ver cosas que no existen. A quién no le ha pasado, teniendo hambre o sed, imaginar suculentos platos o bebidas. Muchas personas viven hoy en un estado de ensoñación que les lleva a desarrollar ilusiones todos los días que no siempre van acompañadas de la voluntad de conseguirlas con esfuerzo.

No siendo conscientes de una emoción que viven, desarrollan una ilusión.

Mucha gente piensa en términos de metáforas, por eso calan fácilmente en sus pensamientos ciertos discursos políticos cargados de demagogia. Eso es lo que se está haciendo con el tema del aborto. Se trata de no enfocarlo como la eliminación de una vida inocente. Que parezca normal e incluso bien el practicarlo, se presenta en un marco engañoso donde lo que se afirma es la necesidad de una Ley para evitar que la mujer vaya a la cárcel y para defender sus derechos. Si todo esto se dice con calma, con la voz engolada, desde el prestigio del poder y aparentando que se sabe de lo que se habla, es fácil colarle un gol a quien no conoce esos mecanismos. De hecho, muchas noticias elaboradas con estos resortes lingüísticos se introducen en el territorio mental de las personas y generan en ellas una actitud de aceptarlo todo como expresión del sentido común. ¿Quién quiere que las mujeres vayan a la cárcel? ¿Quién quiere ir en contra de los derechos de los seres humanos? Ciertos discursos empiezan siempre hablando de prosperidad, progreso y oportunidades y terminan colando cualquier despropósito. El que no lo comparta parecerá estar en contra de la prosperidad y del progreso, no del despropósito de turno.

No somos conscientes de que, cuando oímos una palabra o vemos una imagen, se activan en nuestro cerebro ciertos marcos y esquemas que son los que nos hacen entender la vida. Si los políticos te hablan desde el «pedestal de la verdad» y de la «suprema autoridad moral» y, le añaden que lo hacen en nombre del progreso y por el bienestar social, no tienes escapatoria, tienes que aceptarlo. Si te desmarcas, te conviertes en inmoral. Por tanto ¡ojo! cuando algún político nos dice que actúa en nuestro propio interés. Podría ser solo una ilusión.

Manuel Bellido

por @mbellido

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