Mi abuela, como si de una lección que yo tuviera que aprender se tratara, siempre repetía: “Treinta días trae noviembre con abril, junio y septiembre, menos febrerillo el mocho que sólo tiene veintiocho”.
Noviembre, que empieza su andadura celebrando al día de “Todos los Santos”, me trae a la mente el olor de las castañas y los cucuruchos que se compran en la calle las tardes de frío, pero sobre todo la cesta que mi madre colocaba en la mesa del comedor ese día con castañas, almendras, avellanas, cacahuetes, nueces y piñones. La cesta estaba todo el mes y el contenido se iba reponiendo conforme se iba consumiendo. Cuando llegaba diciembre se montaba el Belén que presagiaba las fiestas de Navidad y Año Nuevo, pero ya noviembre olía a fiesta.
¿A qué huele este noviembre de 2010? Me huele sobre todo a otoño, a esta estación de las hojas caídas, amarillas, rojas o anaranjadas porque su tiempo y ciclo vital han concluido, a algunos recuerdos dolorosos, a mucho amor y una infinidad de buenos ejemplos que en la nostalgia dan calidez al corazón. Personas que han pasado a nuestro lado o que se han cruzado en nuestro camino para después dejarnos porque han volado a otro Cielo. Noviembre me huele a recuerdos de colinas repletas de vides en el Trentino y uvas de maduración tardía que llenaban el aire de fragancias. Primeros fríos, primeras nieves en las sierras blanqueando el paisaje. Nubes hinchadas de lluvia amenazando el horizonte. Lluvia fina que salta sobre las aceras, lluvia que lava, regenera y alimenta la naturaleza.
Este noviembre se ha presentado con el batacazo de Obama en las urnas. Él mismo ha tenido que admitir que los resultados de los comicios legislativos han supuesto «una paliza». La primera hoja caída de este noviembre. También hemos visto hojas caídas en la purga llevada a cabo en el PSM: Gómez excluyendo de su equipo a los que apoyaron a Trinidad Jiménez. Las hojas caídas de ayer fueron los 5.331 afiliados que perdía la Seguridad Social y las 68.000 personas que se quedaban sin trabajo. Zapatero, que probablemente vive envuelto en la inmutable primavera del poder que rodea a la Moncloa y sin saber que este noviembre es más que nunca otoño, desata de nuevo su optimismo y subraya que se nota ya un cambio de tendencia. Mientras tanto en Oriente Al Qaeda amenaza con matar a los cristianos «allá donde estén». Son de hace pocos días los 52 muertos en la iglesia de Saiydat al Nayat, (Nuestra Señora del Perpetuo Socorro) en Bagdad. Ese Otoño nos horroriza más que ningún otro, porque no son hojas muertas, son inocentes que mueren a causa de un fanatismo ciego que como el de ETA no tiene otra sustancia que la de la criminal locura de los cobardes. En Irán Sakineh sigue viva pero otros cobardes amenazan con ejecutarla «en cualquier momento». Es una hoja pendiente de un hilo que no queremos que se desprenda del árbol de la vida. Que sigan cayendo hojas en este noviembre otoñal, pero la de los árboles caducifolios, y con ellas que se caiga lo viejo, lo que mata, lo que no eleva, que se caigan los gobiernos que no gobiernan, que se caigan los políticos que no sirven al ciudadano, que se caiga el egoísmo y la vanidad.

Y que de vez en cuando nos volvamos como niños y juguemos a coger en vuelo algunas de las hojas que se desprenden pues, como señala una tradición inglesa, por cada una que se atrape, un mes de buena suerte nos espera.

por @mbellido

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