María, Antonio, Patricia, Manuel… son nombres propios; sustantivos que se usan para designar a personas. Hacen referencia al efecto de nombrar. Sin embargo hay una especie de contradicción; ese nombre que tendría que indicar una irrepetible singularidad no lo hace en su totalidad. Ningún nombre es tan original y exclusivo que sirva para designar a un solo individuo. Ningún Pepe, ninguna María, podrán nunca expresar del todo la unicidad de una persona  a la que ese nombre se refiere. Probablemente por eso se inventaron los apellidos.  Buscando su definición me indican que el  apellido es  el nombre de familia; el nombre antroponímico de la familia con que se distinguen a las personas. (Antroponimia es la rama de la onomástica que estudia la etimología e historia de los nombres propios de persona). Es un modo de definir la individualización de un ciudadano de una manera más clara, sobre todo por razones, políticas, económicas y sociales. Sin embargo, también esto nos produce un efecto desilusionante.   Existen muchos  seres humanos  llamados Juan Fernández, José Ortega, María González e Isabel García.  Sea el nombre que el apellido resulta demasiado genérico, en muchas ocasiones, para representar la identidad de una persona.

Leyendo al  filósofo, matemático, jurista y político alemán, Gottfried Wilhelm Leibniz,  he encontrado algunos pensamientos al respecto que me han aclarado algo más esta cuestión. Leibniz decía que el principio de individuación resulta externo respecto a lo que se quiere individuar, en cuanto que aquello que verdaderamente define la esencia única e irrepetible  de una persona es solamente su historia; la serie completa de todas sus acciones y también la de sus pensamientos, de sus recuerdos de sus deseo que evidentemente no se pueden confundir con lo de otros.

Son todas cosas, creo yo, en las que la familia de cada uno tiene mucho que ver. Cuando tenía pocos años mi abuela me enseñó una lista con todos mis apellidos, que yo aprendí de memoria y repetía a menudo. Aún los recuerdos.  Eran los apellidos de mis padres y de mis abuelos y de los padres de mis abuelos. Con el tiempo eso me llevó a querer conocer el origen de mi familia y de esas personas que habían fallecido antes de tener uso de razón y que incluso habían fallecido antes de que yo naciera.  Efectivamente todos esos apellidos definían de alguna manera parte los orígenes de mi historia.

Todos estamos indisolublemente vinculados a nuestras familias, no sólo desde un punto de vista genético y anátomo-funcional, como en las demás especies animales, sino, sobre todo, desde el punto de vista cultural. Mi abuelo paterno (Bellido) y algún otro familiar de la rama materna (Bello) escribieron y leyeron mucho durante  sus vidas. Probablemente algo de ese gusto por la lectura y la escritura me lo trasmitieron a través de la sangre.  Las virtudes de nuestros antepasados familiares son una gran dote, descubrirlas puede ser fundamental para nuestras vidas. Como decía Edmun Burke las personas que nunca se preocupan por sus antepasados jamás mirarán hacia la posteridad.

por @mbellido

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