He visto hace varios días un “reality televisivo”, un programa que al parecer se realiza en algún sitio paradisíaco de Honduras. Me he quedado atónito, pasmado, estupefacto. En una palabra: turulato, y es decir poco. Al día siguiente he preguntado a varias personas qué opinaban del programa. La respuesta más significativa quizás haya sido la de un chico que desayuna a la misma hora que yo y en la misma cafetería. Me interesaba su opinión sobre el contenido y los diálogos. Su respuesta: “Ah, yo no me entero de lo que hablan, yo miro las imágenes”. En conversaciones con otras personas he podido comprobar que la televisión se mira mucho y se escucha poco. El uso de una facultad humana tan importante para la convivencia social como es la escucha está menguando. Para muchos el haber visto algo en la TV significa haberlo comprendido todo, saberlo todo. Lástima. Todos sabemos que la imagen es mentirosa de por sí, es manipulable y descontextualiza. Aparecer en TV es más importante que hablar en TV, eleva el valor en los índices de popularidad. No importa lo que se diga. Así pasa en el Parlamento, donde los portavoces no escuchan y responden en consecuencia, cada uno sigue su guión más allá de lo que el otro haya dicho. Los demás tampoco escuchan, hablan por el móvil, leen un periódico, un informe o miran la pantalla de su ordenador. En las tertulias casi pasa lo mismo: mientras uno habla, los tertulianos se preparan mentalmente su intervención sin escuchar lo que el otro dice.
No se escucha y por tanto se pierden posibilidades de enriquecerse de algo nuevo o interesante que pueda aportar el que se tiene enfrente. No se escucha y esto empobrece. No se sabe hablar porque no se sabe escuchar.

por @mbellido

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