En cada viaje algo muere y algo nace. Es una experiencia que repito desde hace años. El viaje se empieza a disfrutar durante la  preparación,  reservando el vuelo, los hoteles, haciendo los itinerarios, recopilando información sobre los lugares que se visitaran, pero sin duda el momento que se vive cuando se llega a destino es de una intensidad única. Son sensaciones que recuerdo de mis últimos viajes continentales. Llegaba cansado, sorprendido por las imágenes que había visto a través de la ventanilla del avión antes de aterrizar y en el itinerario entre el aeropuerto y el hotel. La emoción y la sorpresa me llevaban de la mano. A veces la excitación me encendía dentro el deseo de verlo todo enseguida, de no perder tiempo. Por  otra parte el cansancio me sugería descansar un poco antes de salir a curiosear. Al salir a la calle y dar los primeros pasos podía sentir entusiasmo y desilusión de manera intermitente. A menudo uno se imagina cosas que ha visto en fotografías o en libros de viaje de una manera, sin embargo la realidad es distinta. Ni peor ni mejor, sencillamente distinta y, en realidad me daba cuenta, que era precisamente eso lo que buscaba: diversidad. En los viajes nos convertimos en cazadores de novedades. Así ha sido mi último viaje  a China lleno de descubrimientos y emociones, de lugares nuevos que aún no conocía y sobre todo de encuentro con personas.  Entre otras cosas quería saber más de esa mezcla de comunismo y capitalismo que conviven allí casi con toda naturalidad.   El caso es que sobre este argumento  he vuelto  con muchísimas más preguntas que las que tenía cuando salí de aquí. Una de las imágenes que conservo en la memoria es la gente, la gran cantidad de gente que se encuentra en todas partes. En los centros urbanos, en el campo, en los edificios, en las calles, en los centros comerciales. A menudo cuando me disponía a atravesar un paso de peatones después que el semáforo se hubiera puesto en verde, veía esta masa de gentes que me salía al paso y me envolvía acentuando el gran anonimato que se experimenta en las grandes metrópolis. He hablado con mucha gente y aunque la traducción  en muchos momentos no era la mejor,  las conversaciones me regalaban otras visiones. No eran todos iguales aunque sus rostros se asemejaran, no pensaban del mismo modo, no vivían las mismas experiencias, no entendían la vida del mismo modo. Sus visiones eran distintas.  Anotaba en mi libreta observaciones y conceptos. Algo que a menudo he preguntado es la visión que tenían del mundo, las respuestas siguen sorprendiéndome a distancia del tiempo: un laberinto, una fortaleza, un jardín, una prisión, un paraíso…

La que más me impresiono fue la de una chiquilla que se acercó a pedirme algunas monedas y a la que le prometí comprarle una hamburguesa si me respondía una pregunta. ¿Qué es la China?, le pregunte, me respondió: “un camino”. Sigo pensando que los viajes nos trasforman y nos hacen cavilar y reflexionar, incluso cuando han terminado.

 

 

por @mbellido

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