Con la llegada de la primavera la luz inunda mi despacho. Escribo mejor con esta luz agradable que entra a través del ventanal. He creído siempre que existe una relación entre luz y escritura, la misma que existe entre naturaleza y cultura y es que, hablar de la luz, es hablar del medio a través del cual se nos muestra el mundo, la condición general para casi toda experiencia posible. La luz es el camino del conocimiento, de hecho muchas veces decimos que vemos las ideas. Se dice así porque probablemente tenemos unos ojos para el cuerpo y otros para el espíritu y en el intelecto. Existe una luz producida por la esperanza, por ejemplo la que nos empuja a creer en estos momentos que seguramente saldremos de la crisis económica a pesar del Estado y gracias a la recuperación de la economía internacional y al empuje de muchos empresarios y trabajadores.
A los márgenes de la luz vive la oscuridad. Esa también puede ser fuente de luz. Así lo expresaba Henri Dominique Lacordaire “La desgracia abre el alma a una luz que la prosperidad no ve”. Depende de nuestra mirada. Es más, en las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en plena luz. Muchos llaman luz a lo que verdaderamente es oscuridad mientras que la luz, a veces, es percibida como tiniebla. El sujeto honrado no teme ni a la luz ni a la oscuridad y en estos tiempos donde a menudo tenemos la percepción de que la oscuridad nos envuelve a todos, vemos al sabio tropezar en algún muro y al ignorante permanecer tranquilo en el centro de la habitación. No se mueve y de consecuencia nada arriesga y nada cambia. Lo cierto es que, como el sonido es inconcebible sin el silencio, la luz es inconcebible sin la oscuridad. Para poder percibir el color es necesaria una fuente luminosa, ya que sin luz no hay percepción visual material. También es cierto que sin conocer la oscuridad no valoramos el privilegio visivo que la cultura griega, seguida más tarde por la occidental, acordó atribuir a la experiencia óptica con respecto a las que nos regalan los otros sentidos. Ayer mi amigo Leopoldo me comentaba que más la historia de cada uno afonda en la oscuridad del pasado, más afloran misterios que piden ser resueltos, aunque sea a costa de pagar el precio de una verdad desnuda, sin apariencias y simulaciones. Ya lo decía Quinto Horacio Flaco “El tiempo saca a la luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla el más grande esplendor”.
Si Schumann decía que la misión del artista es echar luz sobre las tinieblas del corazón humano, la del periodista no puede ser otra, como dice mi amigo Francisco Rubiales, que la de aportar luz, información independiente y verdad para ser guardianes de la democracia. La fuerza de la opinión pública es irresistible cuando se le permite expresarse libremente. Es luz que puede hacer sombra a cualquiera que, por accidente, se haya encaramado en el efímero trono sintiéndose le Roi Soleil. Tiempo al tiempo.

por @mbellido

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