Música para el alma

Escucho siempre música, en casa, en directo, cuando puedo, mientras trabajo, viajando, antes de dormir. Mi escucha es probablemente, y en muchos momentos, un medio de evasión y relajación, un modo de crear un ambiente agradable a mi alrededor. Otras veces, la escucho para elevar el espíritu, me sirve casi de meditación. Hay momentos en que la escucho para cumplir el ejercicio poliédrico de encontrarme con la Música al mismo límite de la música. Voy más allá de la melodía y del ritmo, de la orquestación y de la composición, buscando filosofía y poética. Creo que ha sido Daniel Barenboim el que afirmó recientemente que, en música, la lógica es inseparable de la intuición y el pensamiento racional de la emoción.
En ocasiones, escuchando una obra he podido comprender mejor ciertos fenómenos sociales o dramas históricos. Detrás de un proyecto estético se esconde un espíritu, una idea, la visión del mundo que tiene quien la escribió y quien la ejecuta. Me sorprende siempre comprobar como es diferente la misma Opera dirigida por dos directores de orquestas distintos.
Cuando escucho una obra clásica también me pregunto para quién escribió esa obra su autor, quién fue el primero en ejecutarla, quiénes los que la escucharon por primera vez, qué diferencias se encontrarían en su percepción ejecutada hace tres siglos, cuando no existían ni micrófonos, con la de hoy, con toda la parafernalia tecnológica digital.
A veces, con el espíritu me instalo en el pasado cuando fue creada, y otras traslado esa obra al presente para que nuestros día sean más humanos y más bellos. El ritmo, el movimiento, la armonía, la melodía, la articulación, la intensidad… son códigos secretos que componen la magia de la música, esa que ha enriquecido el alma humana desde los griegos hasta la posmodernidad.
Os propongo esta pieza de la Flauta Mágica de Mozart, “La reina de la noche”