Mojarse

Todo andar implica pararse y partir infinidad de veces. Hoy, una noticia, me ha vuelto a poner en camino como si del primer día de mi vida se tratase. Esto me ha hecho pensar que en el dinamismo de cada desplazamiento están presentes la ruptura y la vinculación, el rompimiento con un antes y el proyectarse hacia un después. Es lo que acompaña a ciertas experiencias en nuestras vidas.
Seguramente cuando se trata de una decisión importante, lo más seguro es que nos sintamos incapacitados para hacerlo por nosotros mismos, incluso en nuestra desesperación buscamos a alguien que lo haga por nosotros.
La sensación que sentimos es la de que Dios interviene, desbaratando nuestros programas, nuestra tranquilidad, el orden cotidiano de nuestras vidas, irrumpiendo como un torrente, con machacona insistencia para indicarnos por donde continuar el camino. Somos testarudos y, a veces, tapiamos nuestra razón con los muros de unas certezas y convicciones que en lugar de hacernos experimentar la libertad y abrir otros horizontes más amplios, terminan por encadenar al corazón, aprisionar el alma y ensordecer el espíritu. Esta intervención es a menudo desconcertante y desmesurada para nuestras entendederas y no hay recetas mágicas. La realidad se nos presenta difícil y avasallante, sentimos vértigo, se nos tambalean las seguridades y creemos que nuestra vida corre peligro si no sigue inamovible.
Sin embargo hay que mojarse y decidir, sin esperar ninguna intervención del exterior. Esa es la prueba que disfrutamos del maravilloso don de la libertad. Es mejor avanzar que estar parados, poder desplazarse sin miedo a otras periferias, al borde mismo de lo conocido y estar dispuestos a equivocarnos y recomenzar siempre. Lo decía el poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

Imagen de VAN GOGH