Un  artista me dijo una vez que en un gramo de polvo puede estar contenido todo el universo. No una vaga sombra, sino todo el universo. Yo que vivo sediento, como Borges, de saber lo que Dios sabe. Me paro a menudo a reflexionar, mejor dicho a meditar. En ese silencio veo mi espíritu y el cosmos dentro de él. Es como reencontrarse en Tápies,  que teniendo 20 años sufrió una crisis de asfixia que, según sus palabras, le provocaron «la visión de mi cuerpo por dentro, pero como si el mundo entero estuviera contenido en él» La meditación es un tipo de ejercicio intelectual indispensable en nuestros días. Cuando los profesionales de la agitación bombardean con discursos delirantes, insensatos e incendiarios, vale la pena pararse y meditar, ya que ese  estado de concentración es tan saludable, que además tiene efectos fisiológicos,  aplaca el estrés y favorece la bajada de la presión sanguínea. Es maravilloso cuando anclados en el presente, en un instante cierto, no condicionado ni por el pasado ni por el futuro, ni por las pasiones, ni por la política barriobajera de nuestros días, se visualiza un lugar hermoso, un rincón de la naturaleza y allí se deja que fluyan los pensamientos, pero sin identificarse  con ellos. Esto es posible también con la lectura de algún libro espiritual.  Esa lectura hace vibrar la piel del alma, como nos hace vibrar una flor, un ocaso o un paisaje a través de su sencillez,  su asimetría  natural y su armonía. La meditación forma parte de esa incansable búsqueda del absoluto por parte del hombre. Meditar es adherirse por un momento  a esa dimensión de lo trascendente,  instalarse  en una categoría del tiempo distinta del tiempo horario que marcan los péndulos histéricos de nuestras vidas. Meditar es abandonar lo perecedero y elegir aquello que no muere, es dar importancia a lo que realmente la tiene.  Cuando, por ejemplo,  se medita sobre una  obra de arte nos trasladamos al tiempo de la eternidad, porque nos hace experimentar una emoción que va más allá del tiempo en que se creó y nos proyecta en la dimensión de lo trascendente. En el tiempo histórico, en el que vivimos, no deja de ser obligatorio e incluso útil,  que lo llenemos de momentos donde se afina la mirada y el oído para distinguir lo que es verdadero y lo que es de cartón piedra, que nos ayuden a valorar aquello que con tanto ruido vanidoso, podría pasarnos desapercibido.

por @mbellido

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