Tengo desde hace muchos años una guitarra. Más de 30. Son muchos los momentos en los que me ha hecho compañía, pero y sobre todo a través de ella he podido medir y desarrollar mi sensibilidad y la capacidad de encontrarme conmigo mismo o afrontar relaciones. En muchos momentos le he regalado mis propios sentimientos; se los he regalado sin cortapisas, tal cual salían del alma y ella también me ha regalado emociones, consolación y, porque no, también respuestas. La guitarra ha materializado para mí la posibilidad de tratar con la música, de crearla, de encontrar otro modo de expresarme, de dar otra forma a mis poesías. Una amiga me sugirió días pasados de volver a componer e hice el intento de desenfundarla y acariciar sus cuerdas por unos momentos. Recordé algunas viejas canciones y constaté cuanta soltura había perdido en mis dedos. No compongo desde hace años y con la vida que llevo y por la profesión que desempeño apenas tengo tempo de mirarla de reojo. Apoyada en un rincón de la habitación a veces capta mi atención y a la memoria vuelven momentos muy especiales. Mi acercamiento a la música a través de la guitarra también me ha ayudado en la vida a desarrollar un gusto meditativo que es capaz de armonizar mi interior con el exterior. Es como si el ritmo del corazón se hiciera visible, como si las emociones se transformaran en colores.
Suele suceder que, una vez que has entrado en relación directa con la creación musical, cambia la manera de estructurar el pensamiento, de reflexionar y hasta diría, de actuar. Y, por supuesto, no sabemos concebir nuestra vida sin su compañía. Volver a desempolvar mi guitarra no ha sido una mala idea. Entre tanto sobresalto mediático, político y económico vale la pena encontrar un pequeño oasis donde recuperar algo de paz.

por @mbellido

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