Ya es otoño y desde mi ventana veré otro año más planear las hojas amarillas sobre las aceras de la calle. El mismo ocre en todas sus tonalidades inundará los campos y los bosques. Los paisajes se relajarán y yo también buscaré de hacerlo en mis paseos dominicales. Alguien que me quiere me ha recordado como viene haciéndolo todos los años que tengo que tomar precauciones cuando empieza esta estación del año: aumentar las defensas, dormir las horas suficientes, hacer ejercicio, disfrutar de las tardes, abrigarme lo imprescindibles cuando llegue algo de fresco para no ponerme malo y deleitarme de los alimentos de la temporada. En esto último no hace falta que insista, me encantan los higos, las setas, la calabaza, el caqui, la chirimoya, el membrillo, la lombarda, la alcachofa, el boniato, la achicoria, el brécol, las uvas, las granadas y, sobre todo, los frutos del bosque.
Cuando hablamos de otoño siempre nos viene a la mente un adjetivo: caliente. Este otoño recién estrenado lo será seguramente, empezando por la huelga del 29 y todo lo que vendrá detrás. Tiene ya todos los condimentos para ser “muy caliente”, casi bochornoso y quizás hasta demasiado denso para un periodista y ciudadano sufridor de la subida de la luz, sin embargo, en estos momentos yo prefiero pensar en algo más poético y repetir con la escritora francesa George Sand que “el otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno”.
Cuando vivía en Toscana, un otoño de 1979, Rosa, la mujer de mi amigo Sirio Carmignani, militante comunista hasta la médula de los huesos y entrañable compañero de largas horas de conversación, me enseñó la receta de la mermelada de higos con canela. Típica de la estación otoñal. Aún conservo la postal de Florencia donde me la escribió con una caligrafía clarísima: “500 gr. di fichi, 220 gr. di zucchero, 1/2 o anche 1 cucchiaino di cannella in polvere e 2 cucchiai di succo di limone”. Después de pasar los ingredientes por la batidora, había que moverlo todo en la cacerola durante media hora, evitando que se pegara al fondo, mientras se hacía. Otro recuerdo que me trae el otoño es la visita que hice precisamente en esta estación del año a la provincia de Quebec, en Canadá. Aún conservo en mis ojos el tripudio de colores, perfumes y sabores que me acogió aquel octubre repleto de pinceladas naranjas, rojas y amarillas en el horizonte mientras el azulino cielo me ofrecía el espectáculo grandioso de bandadas de gansos blancos en formación, viajando hacia el invierno. Días de naturaleza, de oxígeno en estado puro, de hábitat excelso, de maravillosas obras de arte vivientes… y de un accidente de coche que me obligó a recordar que nuestra vida pende de un hilo.
Este otoño pasará de prisa y el invierno llegará corriendo. Evitaré sulfurarme con las torpezas de este gobierno y buscaré esos bosques que, sin depender de decisiones gubernamentales y de telediarios, seguirán jugando con sus amarillos pétalos para cubrir el suelo con una alfombra de hojarasca rumorosa. En los montes el riachuelo correrá cantando hasta que lo inmovilice el frío hielo y podremos arrancarle a la húmeda tierra, mientras vamos de paseo, esas flores obesas y marrones en forma de paraguas que enriquecerán un delicioso “risotto” otoñal para degustar con los amigos.

por @mbellido

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