Desagraciadamente cada día escucho a más gente fuera de su lugar, pontificando sobre economía y política, cargada de razonamientos variopintos, muy emocionales pero poco racionales. Es decir demagógicos. Escuchando a algunos me resuena la frase de Unamuno: “Lo sabe todo, absolutamente todo. Figúrense lo tonto que será”. Tengo la sensación que de las últimas elecciones generales no salió elegido un presidente sino 40 millones de presidentes de gobierno. Vaya donde vaya encuentro siempre a alguien diciendo lo que se tendría que hacer con España. Todos tienen soluciones y, por supuesto, la suya en más inteligente, eficaz, sensata y justa que la del gobierno actual.
Hace unos años quien se atrevía a señalar que el camino que estábamos eligiendo nos llevaría hacia un desastre económico era antipatriota y nos convencían desde el poder gubernamental que España iba bien, que jugaba en la Champions League y que la política económica que se estaba llevando a cabo era la mejor. Ahora los mismos que no han sabido hacer, abandonando nuestra suerte a tal desastre, vuelven a tener las recetas para solucionar la crisis. Creo que algunos están intentando tomarnos por el pito del sereno.
Vuelvo a repetir con Unamuno: “La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual” En este caso puede que algunos sin aceptar la suerte de no seguir ejerciendo el poder vivan corroídos por la envidia. Es una vieja historia la de no asumir las culpas por nuestros errores. A veces más vale callar. No han pasado aún 100 días. Estemos atentos a no podar groseramente el árbol que aún no ha echado ramas, a no hundir la única esperanza y “procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”
Sigo leyendo a Unamuno, entre tanta palabrería tertuliana encuentro en sus textos algo de luz y sensatez para seguir arrimando el hombro en lo que pueda.

El 31 de diciembre de 2011 se cumplieron 75 años de la muerte de Miguel de Unamuno, una de las personalidades más destacadas de la literatura española del siglo XX. Nació en Bilbao en 1864 y cursó la carrera de Filosofía y Letras en Madrid.
Fue catedrático y rector de la Universidad de Salamanca, donde vivió casi toda su vida y murió en 1936.
En su obra plantea cuestiones religiosas, filosóficas y acerca del devenir de España. Sus novelas, en las que utiliza frecuentemente el monólogo interior y trata asuntos religiosos, al igual que en su poesía, se alejan del realismo. Su teatro es renovador y difícil de representar en la época.
Así, su angustia personal y su idea básica de entender al hombre como «ente de carne y hueso» y la vida como un fin en sí mismo se proyectaron en obras como En torno al casticismo (1895), Mi religión y otros ensayos (1910), Soliloquios y conversaciones (1911) o Del sentimiento trágico de la vida (1913). Su narrativa progresó desde sus novelas primerizas Paz en la guerra (1897) y Amor y pedagogía (1902) hasta la madura La tía Tula (1921). Pero entre ellas escribió Niebla (1914), Abel Sánchez (1917), y sobre todo Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920). Su producción poética comprende títulos como Poesía (1907), Rosario de sonetos líricos (1912), El Cristo de Velázquez (1920), Rimas de dentro (1923) y Romancero del destierro (1927), este último fruto de su experiencia en la isla de Fuerteventura, adonde lo deportaron por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera. También cultivó el teatro: Fedra (1924), Sombras de sueño (1931), El otro (1932) y Medea (1933).

por @mbellido

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