De Caravaggio, el primer gran exponente de la pintura barroca, se llegó a decir que “comenzó con su arte algo simple, la pintura moderna”. Recuerdo el impacto que me produjo contemplar por primera vez un cuadro suyo. Fue el “Amor Victorioso” que pintó en 1601. Hoy, una invitación para visitar el Staatliche Museen de Berlín, donde precisamente está expuesto este cuadro, lo ha vuelto a traer a mi memoria. Las obras de los grandes genios las puedes mirar una o mil veces y siempre te dicen algo nuevo. Te secuestran la mirada y te gritan a la cara que están más vivos que tú. Caravaggio supo siempre en su pinturas expresar la realidad sencilla o cruda, escandalosa o sagrada, sin correcciones, sin aproximaciones o atenuaciones, pintó sin decoro, sin tener que ser políticamente correcto, y en su arte, cómo todos los grandes de la historia, llevaba encerrada la verdad. Caravaggio supo plasmar lo espiritual en lo humano. El personaje del Amor Victorioso es un pilluelo de la calle que, en el cuadro, resbala desde el borde de la cama para caer sobre una serie de objetos que pisotea casi sin quererlos mirar. Es el Amor que pisotea con el desparpajo de un niño todas las glorias y vanidades del mundo. Este cuadro me apasiona. Los ojos de Caravaggio me siguen hablando a través de ese pillo y de su mirada pícara. También este cuadro, como todo verdadero arte, me conecta con lo Eterno y me sigue recordando, a través del golfillo con alas de gorrión, que el Amor gana siempre, el amor lo vence todo.

Manuel Bellido

por @mbellido

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