Recuerdo ese cura larguirucho y delgado del que nunca supe su apellido, pero que los que asistíamos a sus charlas llamábamos padre Ángel.

Era un hombre muy especial en su manera de ser, de una cultura extraordinaria, la cual era imposible no admirar por su amplitud y vastedad de temas que abarcaba. A mí en aquel momento, esos temas,  me parecían tremendamente complejos y relativos al mundo de los adultos.  Don Ángel me había propuesto un día,  mientras yo jugaba con otros chicos a baloncesto en el patio de la Escuela de Formación Profesional de los Salesianos, hacer un curso para dirigentes juveniles en el ámbito católico. Yo había resuelto decirle que no, que no tenía tiempo. Cuando llegué al día siguiente al Centro Juvenil de los Salesianos, lo encontré ordenando libros en las estanterías de la sala de lectura. Me habló como si yo hubiera aceptado. Me puso una escoba en las manos y me pidió que le ayudara a limpiar las salas del Centro.

Mucho aprendí de este hombre en aquellos años juveniles. Conocí a través de sus conversaciones nuevos escritores y buenas lecturas. Uno de los que más hicieron huella en mí fue Saint-Exupéry. Un día me aconsejó don Angel, que leyera el Principito.  Me dijo que el libro era sencillo de leer y que  en él se trataban temas tan esenciales  como el sentido de la vida y la amistad. No fue fácil el primer día pasar de la primera página. En aquel tiempo no era un gran aficionado a la lectura. Me esforcé, ya que habría tenido que contarle mis impresiones cuando se lo devolviera. Una especie de fogonazo llegó cuando comencé a leer ese capítulo del libro donde el Principito mantiene con el zorro un diálogo, inolvidable, tierno y luminoso, en el que entre otras cosas se explica el significado de la palabra domesticar: “significa crear lazos”,  dijo el zorro; y añadió: “si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro”. “No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”

Saint-Exupéry, en aquellos años juveniles, a través de ese libro sugestivo y luminoso, me había ofrecido muchas pistas para establecer lazos de amistad, conocer su  esencia, sus dificultades, sus beneficios  y el precio que, a veces, hay que pagar para cultivarla. La amistad es  un horizonte necesario en la vida de los seres humanos. Más se avanza en la vida con los años,  más se valora. Alguna vez leí, aunque no recuerdo el nombre del autor de tal pensamiento, que la amistad es como la sombra vespertina, se ensancha en el ocaso de la vida.

Ilustración de Antoine de Saint-Exupèry

por @mbellido

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