Las máscaras esconden rostros. A veces también los rostros esconden máscaras, que, según necesidad, asoman más o menos forzadamente de vez en cuando para afrontar situaciones diversas. Una persona conocida me contaba una anécdota vivida en su entorno que le había supuesto adoptar una actitud diferente de su modo de ser habitual. Me decía que la experiencia le había provocado una angustiosa sensación de impostura y doblez que no conseguía superar repitiéndose a menudo “yo no soy así”, “¿por qué he tenido que actuar de esta manera?”, “no me conozco”.
La búsqueda de la unicidad en uno mismo es una constante del ser sensato, sobre todo desde que se comprende la imposibilidad de complacer a todos al mismo tiempo. A veces, en este desatino de contentar a la vez a varias personas de nuestro ambiente, se crían espectros enfermizos que sustituyen la verdadera personalidad y la profunda y auténtica postura y coherencia ante sí mismo y ante la vida.
No es fácil en esta sociedad, tan impregnada de ímpetus, sostener con valentía esa compostura ética de ser siempre “nosotros mismos”, que nos permite verbalizar opiniones con naturalidad, sin arriesgar encontronazos, juicios o respuestas belicosas.
A menudo sucede de encontrarnos no ya en contraposición, sino en franca contradicción con nuestro entorno y, en medio de esas situaciones, nos nutre una colosal sed de integridad, de que cada palabra corresponda a nuestro más profundo sentir, que nuestro decir sea recto, más allá de las desconfianzas o recelos que puedan producir. Que nuestro actuar y nuestro hablar no esté nunca sujeto a la tiranía de lo que puedan pensar los demás sino a la desnudez y al libre despojamiento hacia el exterior de nuestra conciencia. Sin extraviarnos en el mapa de nuestra cognición y de nuestros principios.
Coherencia, integridad, sencillez, para que nada desmienta o desentone con lo sentido en nuestro interior, para caminar con decoro y honradez por los caminos de la vida. Cultivando, al mismo tiempo el diálogo, es decir, ese esculpir, cada vez que se pueda, el arte de la escucha y, mientras se hace, no evitar oírse a sí mismo, obviando el ensimismamiento que obstaculiza la riqueza ajena.
Pero vivir así exige un diálogo constante consigo mismo, que es la única vía para entablar una comunicación con los otros.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

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