Un improvisado encuestador de mi redacción me preguntaba hoy: ¿La política está más cerca de la razón o del estómago? Le contesté que en muchas administraciones públicas parecía estar más cerca de las necesidades vitales de quien gobernaba que del estómago de los gobernados y, desde luego, muy lejos de la razón, de esa razón que se pone al servicio del ciudadano para organizar una acción a favor del bienestar social y garantizar un resultado positivo.
Maquiavelo veía ya la política como una esfera distinta, distinguible y relativamente autónoma. En nuestros días está tan deteriorada que parece estar destinada solo al uso y consumo de los profesionales de la política y estos forman ya una casta con autonomía absoluta y sin convivencia pluralista con los ciudadanos. Se ha perdido la claridad conceptual de su función, se han confundido los límites del poder, se ha ignorado el sentir social y se ha caído en un sinfín de perversiones de métodos que han ido degenerando en corrupción, tráfico de influencias, violación de procedimientos, impunidad… Se ignora la Política con mayúsculas por una especie de analfabetismo crónico que se mantiene inofensivo cuando no se gobierna, pero que es tremendamente peligroso cuando se enroca en el poder.
El sistema está tan podrido y confundido que no es difícil encontrar “marxistas de derecha” y “fascistas de izquierdas”.
Los ciudadanos eligen, votan, votan en blanco o se abstiene una vez cada cuatro años; reaccionan con un comentario frente a los acontecimientos positivos o negativos que provocan los políticos, o se quedan indiferentes. También los hay que justifican o critican según el color de su afiliación sin razonar siquiera sobre lo que está pasando. En España llevamos ya varios años caminando sobre el borde de la decadencia política sin que la sociedad civil reaccione. Es necesario esperar que finalice el periodo de cuatro años para hacer pagar los errores a los políticos que nos gobiernan y no volver a elegir a los que preferimos un día en las urnas. No existen mecanismos que castiguen y que permitan, por la reiteración de errores, poner a un gobernante de patitas en la calle antes de terminar una legislatura. Hay que aguantarse. Los buenos ciudadanos de este país tienen a veces innumerables virtudes privadas pero algún que otro vicio público y entre ellos se difunde cada día más el pasotismo. Se oye decir a menudo que todos son lo mismo, se tolera la carencia de prestigio y la falta de dedicación social, se perdona la desaprensión, el maltrato y saqueo de la hacienda pública. Aquí nunca pasa nada.
Sin embargo, llegan los sindicatos, cómplices de un gobierno que nos está llevando a la ruina, y sí son capaces de bloquear un país y montar un “huelgón” incongruente e inútil para que después efectivamente no pase nada y todo siga igual. Se trata de mala educación o de falta de educación política que genera irresponsabilidad en la sociedad y prácticas vergonzantes en quien se dedica a la noble y necesaria actividad humana que se llama política.

por @mbellido

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