Perder la confianza en la vida y en sí mismo es como enfermar. La salud psíquica depende a menudo de cuanto somos capaces o no de creer en nuestros sueños y de cómo aferramos el timón de nuestras vidas para dirigirla allí donde el corazón y la razón nos piden. La evolución de nuestra madurez espiritual va íntimamente relacionada a la voluntad de adquirir la capacidad para una determinación genuina, optimista y creativa de la propia existencia. La impotencia y el miedo a vivir hacen que muchas personas no se sienten cómodas dentro de su propia piel y menos aún dentro de esos muros invisibles de la cárcel emocional donde las circunstancias de la vida nos encierran en un constante chantaje. Entonces la desconfianza, la tensión y la inseguridad descomponen nuestros rostros y nuestros ojos que son el espejo de nuestra alma. A veces nos llevamos toda una vida esperando a que alguien nos de el permiso para vivir y eso significa vivir a mitad. Eso es los que nos enferma. Solo la conciencia profunda de la libertad de vivir y de ser quien uno es, puede devolvernos la salud.
Si una persona viene formada en una atmósfera de negación de sí mismo y de mortificación de su capacidad de disfrute, contrae angustia y con ella crece el desasosiego de seguir los propios impulsos vitales. En lugar de abrirse se construye una coraza defensiva que aísla impidiendo oír la propia voz interior e incluso la de Dios si se es creyente. La alegría de vivir es expansiva y el miedo a afrontar riesgos procura tristeza. Cuando algo nos obliga a renunciar a partes esenciales de nuestro ser es síntoma de que nos estamos disociando de la libertad recibida y de consecuencia despojandonos de nuestra verdadera integridad. Es sorprendente el desconocimiento que tenemos de nuestras posibilidades, de ese universo interior lleno de vida que nos empujaría a crecer y a descubrir horizontes nuevos, aquellos que nunca descubriremos si no abrimos las ventanas y dejamos entrar aire nuevo. Como dice la canción “es mejor perderse que nunca embarcar, mejor tentarse a dejar de intentar, vale más poder brillar
que solo buscar ver el sol. Saber que se puede, querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera….”
Madurar es elegir y, como todos sabemos, cada vez que elegimos una posibilidad estamos renunciando a otra. Esa es la vida y así es la condición humana. Pero es preferible decidir y equivocarse que esconderse en las formulas ajenas, en las reglas impuestas o en los preceptos presuntamente morales..
No decidir es cómodo pero es estéril. Hace unos meses contemplando el maravilloso fresco de la Anunciación en el convento de San Marcos en Florencia pintado por Fra Angélico, reflexionaba sobre como hubiera continuado la historia de la Humanidad si María no hubiera decidido y hubiera respondido no al Ángel.
« María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios… Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Madurar es elegir y, a veces, también despertar a una vida nueva que jamás habríamos imaginado, es sacar el máximo partido en cada momento de la vida. La complejidad de la existencia vivida con alma y corazón hace que la vida sea un río que fluye siempre. El agua estancada tiende a pudrirse.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com