Cada vez que abrimos el grifo de Twitter la pantalla del teléfono móvil se inunda de todo tipo de mensajes, algunos positivos, constructivos y esperanzadores, otros enmugrecidos por la tristeza, la tirria o la beligerancia. Algunos parecen despojos de guerra, otros, ensueños de tierra prometida. Una buena porción de ellos son recados al gobierno o “recomendaciones” de piquete informativo. Los hay también comerciales, reivindicativos, solidarios, científicos o puramente informativos. A menudo malogrados los ojos de lectura tan menuda, descansamos la mirada atendiendo otros menesteres, pero Twitter no descansa, las cañerías de la red siguen fluyendo y amontonando en nuestro dispositivo telefónico miles de nuevos verbos, adjetivos y nombres. Esta noche soñé que millones de Tweets me cercaban como pretendientes y eran tan tenaces sus requiebros que me faltaba el aire. Afortunadamente una gran arroba vino a mi encuentro. Más que reconocer en la @ ese símbolo que hoy se asocia a Internet me pareció ver en ella un dios menor que se apiadaba de mi congoja e intentaba ayudarme indicándome una salida de seguridad. Me pareció lógico, ya que este símbolo que procede del latín, y más concretamente nace de contraer las letras de la palabra AD, significa «hacia». Me desperté en ese instante y atrapé el móvil que reposaba aparentemente sobre la mesilla de noche. Era madrugada, las tres y treinta y cinco, pero la lucecita roja del teléfono parpadeaba a un ritmo acompasado, como una especie de latido que me indicaba que bajo aquella apariencia metálica se escondía un minúsculo “corazón” bombeando Tweets sin descanso. Recordé que antes de irme a la cama había leído algo del escritor húngaro Frigyes Karinthy sobre las redes sociales y que me había impresionado imaginar esa red que podemos tejer a través de un corto número de personas y que sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población mundial. Pulsé la tecla y como en una cascada los mensajes se fueron ordenando junto a las fotos de sus emisores. Aquel acto, en esos instantes, me pareció una especie de sangría, esa modalidad de tratamiento médico que consiste en la extracción de sangre del paciente para el tratamiento de ciertas dolencias. Twitter es la voz, el eco, el espejo y el rostro de una sociedad que no descansa, que vive en una vigilia constante, es el desahogo fugaz de las mentes que piensan y de los corazones que no lo hacen. Es una especie de chispa eléctrica que arranca muchos motores a la vez. Volví a dejar el móvil sobre la mesilla, me recosté de nuevo esperando que, en breve, se oxidaran los razonamientos sobre Twitter en mi cabeza. Traté de imaginar un paisaje de nubes, me senté en el borde de una de ellas esperando que aquellos sueños se hicieran trizas y que durante el resto de la noche no se volvieran a arrojar tercamente sobre mi descanso intentando morder mi sosiego.