La mayoría de las personas  aspiran  en la vida a obtener lo mejor y a ser los mejores; me atrevería a decir que a perfeccionar todo lo que hacen y vivir, intentando hacer de cada gesto, palabra u acción,  una obra de arte. Es lógico aspirar a un estado en el que la ausencia total de defectos o errores sea el pan nuestro de cada día. Para conseguirlo mucho depende de las relaciones que establecemos con los demás, con nuestro alrededor, con aquello que operemos o trabajamos y, sobre todo, con la relación que constituimos con nosotros mismos.  No siempre es tarea fácil. Dos motivos fundamentales nos lo impiden. El  primer motivo es cuando nuestro corazón o nuestra voluntad se dejan dominar por esos  “vicios” o debilidades de nuestro carácter que a menudo nos seducen e inclinan nuestras acciones hacia lo más fácil, que a menudo es lo más imperfecto. El otro motivo es  que, a veces, procurando lo mejor estropeamos a menudo lo que ya estaba bien. En una de sus novelas, Pearl. S. Buck decía que el afán de perfección hace a algunas personas totalmente insoportables. Probablemente a muchos molestan las personas minuciosas, meticulosas, puntillosas o demasiados detallistas. Es decir los exagerados que miran a la perfección sin tener en cuenta las personas, sin comprender y sin amar.

Decía antes que alcanzar o no  la  perfección mucho depende de la relación que tengamos con  nosotros mismos. Acción que cada uno de nosotros siempre tiene la posibilidad de iniciar en cualquier edad y en cualquier estado.  Se trata de empezar a caminar por esos senderos interiores tratando de domesticar esos “tiranos” del corazón que a menudo condenan a las personas a una pereza intelectual, física o espiritual.  Esos déspotas de la desgana son capaces de imprimir en quien no se esfuerza por avanzar, el hábito de descansar antes de estar cansado. De hecho, muchos coinciden en que no existe en el mundo pasión más poderosa que la de la pereza. El ejercicio de discernimiento, de escuchar la conciencia  puede ser útil para construir una personalidad humana y espiritual robusta y creativa.  Cuando la existencia tiene un sentido y una meta vale la pena imponerse un estilo de vida que nos conduzca a conseguirlo. Esta mañana me hizo reflexionar un pensamiento de Aristóteles: “Es evidente que todos los fines no son fines perfectos. Pero el bien supremo constituye, de alguna manera, un fin perfecto”.

por @mbellido

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