El mes próximo los ciudadanos de 28 Estados europeos elegirán a 751 eurodiputados. No podemos ocultar que la opinión pública sigue dividida en cuanto a la UE: algunos creen que tendríamos que salir, otros reconocen el valor de una Europa unida, real y participativa y otros, sin embargo, piensan que es inútil depositar el voto en las urnas, porque opinan que dicho voto no cambiará nada. Desde hace un tiempo, los europeos respiran un cierto aire de frustración.  La imagen que teníamos de la UE hace algunos años difiere mucho de la que tenemos actualmente. Europa no figura como centro sino como periferia de este mundo globalizado y sus instituciones aparentemente trabajan alejadas de la ciudadanía.  Esas grandes ideas que hicieron posible el nacimiento de la UE y que permitieron a sus padres fundadores encontrar el modo de dialogar, de soñar y  de construir juntos incluso con el drama aún latente de la Guerra, parecen haber desaparecido del horizonte de los ciudadanos.    De Gasperi, Schuman, Adenauer supieron dejar atrás resentimientos, intereses nacionales, venganzas y rencores  y comenzaron  a tejer una red que sostuviera una paz  capaz impulsar el desarrollo y el progreso común. Los intereses económicos de cada uno se fueron convirtiendo en los intereses económicos de todos. Sin embargo, no se trató solamente  de basar la unidad sobre los cimientos de una moneda común. Los acuerdos económicos fueron pensados como el primer paso  para construir una paz duradera que permitiese a esas naciones buscar el propio bien y el bien común. Esa paz en Europa se ha ido consolidando. De hecho, en 2012  la UE recibía  el Nobel de la Paz por la contribución a la construcción de la paz, la reconciliación, la democracia y los derechos humanos. Europa  había pasado de ser un continente siempre en guerra a ser reconocida como un continente de paz. Los padres fundadores de esta nueva Europa creyeron que podíamos construir un brillante futuro poniendo en juego toda su imaginación y voluntad de colaboración.

Si 1951 fue importante por esa firma del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, los acontecimientos de 1989 con la caída del Muro de Berlín contribuyeron  a cicatrizar las heridas de Europa y a confirmar que el camino emprendido era el bueno. Está claro que los factores más importantes que contribuyen a cambiar positivamente la historia y a procurar su avance no son solamente las revoluciones violentas y las reformas políticas; los factores que cambian la historia son aquellos que pasan por el corazón del ser humano capaz de jugarse la vida personal y social en la búsqueda de la verdad.  La Europa de hoy tiene que recuperar valores e ideales de los primeros años de su constitución, redescubriendo el sentido  de lo que nos une. Las dificultades que hemos atravesados con la crisis tendrían que habernos impulsado a comprender que no bastan las estructuras,  y mucho menos una moneda única, para tener unido a un continente si los que en ello conviven no siguen convencidos y motivados  para hacer que esta aventura común pueda avanzar y afianzarse. El reto es el de reinventarnos y al mismo tiempo redescubrir y reconquistar las profundas razones de nuestro avanzar conjuntamente. El peligro de hoy no será volver a guerras con armas bélicas, pero sí mantener otras guerras con las armas de la economía y de las finanzas.   Es prioritario que evitemos que la UE cobije en su seno  un monstruo tecnocrático  que no mire de frente a los países del Mediterráneo en conflicto, que no afronte el problema del empleo juvenil, de los inmigrantes, de las dificultades económicas de los países del sur… Es fundamental que la UE ponga en marcha los mecanismos necesarios para que nunca  las ganancias de unos se logren a costa de las pérdidas de otros.

No es tan banal la frase de Teilhard de Chardin con la que quiero concluir: “El pasado me ha revelado la estructura del futuro”. Europa todavía hunde su realidad presente en fenómenos de larga e intensa duración, que conforman sus fuertes e históricas raíces cristianas, con claras visiones políticas, sociales y culturales, resultado de pensamientos y acciones de muchos  de sus personajes más reconocidos en el mundo.  Puede que en esas raíces “volvamos a encontrar la capacidad de trascender los límites del presente europeo y retomar el destino de nuestra civilización”.

 Manuel Bellido

 

por @mbellido

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