He tratado siempre de enseñar a mi hija un lenguaje educado, que no cayera nunca en la vulgaridad y creo de haberlo logrado. Era mi deber como padre y creo que como hice cuando me correspondió, hoy en muchas familias, hay padres que se esfuerzan a diario por inculcar a los hijos un modo de hablar cortés y correcto a la hora de exponer sus opiniones y defender razones. En estos meses, sin embargo, constatamos con tristeza, como en las calles de nuestras ciudades grupos antisitemas, radicales y de extrema izquierda van infectando el aire de ordinarieces, descortesías y groserías que rozan la barbarie. Venia notando este contagio de vulgaridades en algunas películas, series y programas televisivos, pero el lenguaje de estas “mareas” de acosadores y profesionales de la protesta callejera se ha convertido en insoportable. De asesinos a hijos de… van vociferando toda una gama de insultos que denota la categoría humana de quienes pronuncia dichos adjetivos. Es algo que no nos merecemos. Es triste que ciertas personas no sepan exponer sus opiniones sin acompañarlas de malas palabras, dobleces, palabrotas, vulgaridades, calumnias e insultos. Es triste que haya grupos que recurran a salir a la calle a gritar y a hostigar porque en el parlamento los partidos que los representan no sepan defender sus causas. Es un capitulo de nuestra historia política que recuerda otros tiempos barbaros que condujeron a situaciones peores. Es un momento de actuaciones innobles que están empobreciendo nuestra democracia. La razón tiene una fuerza indiscutible, sin embargo quien intenta imponerla por la fuerza y con violencia, sea verbal que física, la pierde. El discurso injurioso y violento de quienes quieren llegar al poder creando tensión, descontento, revuelta, disturbio y tumultos es un discurso miserable que no convence. El otro día le pregunte a un manifestante que gritaba, sosteniendo una pancarta contra los desahucios, por su situación de desahuciado. Me respondió que el no tenía el problema y que estaba allí por solidaridad con quien lo sufría. Imaginé que probablemente en aquel grupito que gritaba con tanto énfasis, quizás había pocos o quizás ninguno, que estuviera afectado por el problema.